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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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llamado “Estado Islámico”, el cambio climático y la cumbre de París, el

Brexit

británico.

La crisis de los refugiados como consecuencia de las guerras en Siria,

en Yemen, en Irak, en Afganistán; el Estado fallido de Libia y, en general,

la situación en Oriente Medio, es el acontecimiento más dramático vivido

en esta parte del mundo, desde la 2.ª Guerra Mundial y las últimas guerras

balcánicas. El que el Mediterráneo se esté convirtiendo en un cementerio

de personas y, sobre todo, de niños; el que vuelvan a aparecer, en unos y

otros países, muros y “barbelés”, o que la OTAN tenga que intervenir para

hacer frente al éxodo, son pruebas de un fracaso, pues se ha demostrado

que no ha existido una política migratoria común y eficaz. El acuerdo con

Turquía es una salida vergonzante impropia de los valores europeos e in-

culca la legalidad internacional.

En la lucha contra el Estado Islámico también se observa una insuficien-

te coordinación en inteligencia, una falta de estrategia sobre qué hacer

ante la variedad de conflictos en activo y, especialmente, se echa de menos

una política de seguridad y defensa común, con instrumentos europeos de

intervención. La prueba es que cuando Francia ha invocado el artículo 47.2

del Tratado de Lisboa, la mayoría de países no se han dado por enterados.

Se han tomado, por el contrario, medidas defensivas, en ocasiones de

recortes de libertades o de inaplicación del tratado de Schengen.

Si pasamos al crucial asunto del cambio climático y lo acordado en la

cumbre de París, los resultados son esperanzadores, aunque insuficientes

si tenemos en cuenta hasta donde hemos llegado en el deterioro ambien-

tal. Es cierto que el resultado de la cumbre de París ha supuesto un paso

adelante pero no es menos verdad que los problemas surgirán en su apli-

cación, en la carencia de sanciones a los infractores o en obstáculos que

puedan surgir en los grandes países contaminantes como EE. UU., China

o Rusia. La reciente resolución del Tribunal Supremo de EE. UU., frenando

las decisiones del presidente Obama, son una prueba de ello.

Por último, tenemos el referéndum inglés que ha convocado el

premier

Cameron. Nadie desea que Gran Bretaña abandone la Unión Europea,

aunque siempre ha tenido un pie dentro y otro fuera. Pero tampoco es

aceptable, con el fin de que no se vaya, hacer concesiones que desnatu-

ralicen el proyecto europeo, que choquen con sus principios esenciales o

que frenen u obstaculicen los necesarios avances hacia la unión política.

En este sentido, la propuesta de Tusk y/o de la Comisión, en los tér-

minos conocidos y a expensas de lo que ocurra en la próxima cumbre,

es inaceptable, pues supone romper el criterio de la libre circulación de

personas y levanta un obstáculo para la unión política futura.