El Estado de la Unión Europea - El Parlamento Europeo ante unas elecciones trascendentales
EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA 64 su desinterés con una participación muy baja, especialmente en algunos países. Las elecciones al Parlamento Europeo están demasiado nacio- nalizadas, se llevan a cabo en cada país con sis- temas distintos, incluso en fechas diferentes. Habitualmente los partidos políticos de cada país las utilizan para dirimir una vez más sus querellas internas en clave nacional, y de lo que menos se habla es de Europa. Es difícil así que los electores tomen conciencia de lo que están votando y de su importancia. Si tuvieran lugar en toda la Unión el mismo día y con el mismo sistema, aun- que fueran en circunscripciones nacionales, y si hubiera listas transnacionales, aunque fueran parciales, la percepción de estar votando institu- ciones comunes sería mucho mayor. Las resoluciones que aprueba el Parlamento Europeo no tienen apenas difusión –o ninguna en absoluto– en los Estados miembros. Los me- dios de comunicación rara vez se ocupan de ellas, la población las desconoce en su inmensa mayoría. La sensación general es que es una ins- titución poco útil y que las decisiones se toman en el Consejo Europeo, y más precisamente, por alguno o algunos de sus líderes. No obstante, el Parlamento Europeo –como institución comunitaria elegida por sufragio di- recto– es la única en la que los ciudadanos eu- ropeos pueden verse representados y la única que puede darles garantía de democracia y de rendición directa de cuentas. Si queremos com- batir el desafecto de la población, es necesario reforzarla, y ponerla en el primer plano de la arquitectura comunitaria. En primer lugar, supri- miendo los procedimientos legislativos especia- les –o procedimientos de consulta–, y exten- diendo el procedimiento legislativo ordinario –o de codecisión del Parlamento Europeo con el Consejo– a todos los asuntos, también a los de carácter económico (incluidos los relativos a im- puestos), así como los acuerdos internacionales en el marco de la PESC. Además, debe tener iniciativa legislativa plena, al igual que el Consejo, sin perjuicio de la preferencia de la Comisión Europea para redactar los proyectos. Debería dotársele también del poder de realizar una moción de censura constructiva sobre el presidente de la Comisión, por mayoría absolu- ta. Y, finalmente, necesita un procedimiento de votación para los asuntos relativos al euro –simi- lar al del Ecofin–, que garantice una mayoría de los Estados miembros que tienen la moneda única, incluso aunque los debates se extiendan a todo el Parlamento Europeo. Así configurado y con estas competencias, se convertiría en una auténtica cámara baja federal y sería mejor comprendida y apoyada por la mayoría de los ciudadanos europeos. La Comisión Europea, por su parte, debe ser el auténtico Gobierno europeo, el único poder ejecutivo de la Unión, excepto en aquellos asun- tos explícitamente reservados al Consejo Europeo, que –como hemos dicho– deben res- tringirse al mínimo. Para asumir este papel, la Comisión Europea necesita ser completamente independiente, estar exenta de toda influencia o mediatización por parte de los Estados miem- bros, que ya tienen sus canales –Consejo y Consejo Europeo– para hacerla efectiva en el conjunto institucional de la UE. Esto no está su- cediendo ahora. En el sistema actual, los comi- sarios son realmente nombrados por los Estados miembros, de acuerdo con el color político de su Gobierno, con lo cual la Comisión Europea es siempre un colegio formado –al menos– por po- pulares, socialistas y liberales, que objetivamen- te solo puede llevar a cabo un programa técni- co, nunca político, puesto que no existe unidad de criterio entre ellos (por ejemplo en la Comisión Europea saliente, el Comisario de educación y juventud es de Fidesz húngaro y el de asuntos económicos es del Partido Socialista
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