El Estado de la Unión Europea - El Parlamento Europeo ante unas elecciones trascendentales
EL DIFÍCIL CAMINO HACIA LA NECESARIA UNIÓN FEDERAL EUROPEA 65 francés). Los Estados miembros ejercen así su influencia permanente en la Comisión Europea ya que, en última instancia, cada uno es respon- sable –y normalmente leal– ante quien realmen- te lo designa, que en el caso de los Comisarios es el Gobierno de su país, no el presidente de la Comisión, y por tanto es difícil que actúen con neutralidad cuando algo afecte al país del que provienen. Con todo, el peor efecto de este sistema es que el elector europeo se encuentra con que, en realidad, vote lo que vote, la Comisión Europea, es decir el Gobierno de la Unión, va a ser una coalición de todos los partidos que tengan al- gún poder en Europa y, aunque su voto haya resultado mayoritario, puede suceder que el Comisario que más afecte a su actividad sea de un signo político contrario. Además, no puede cambiarlo, un ciudadano polaco no puede votar al Gobierno lituano y por tanto no puede impe- dir que haya un Comisario del Partido Socialdemócrata a cargo de la cartera comuni- taria de Sanidad. En realidad, el votante euro- peo no tiene alternativa, no puede elegir entre políticas europeas diferentes, porque la Comisión Europea siempre abarca casi todo el espectro político. En consecuencia, si no está de acuerdo con lo que se está haciendo, su única posibilidad de mostrar su rechazo es votar a par- tidos marginales o minoritarios, normalmente populistas y antieuropeos, o abstenerse. Estamos haciendo que se confunda a la UE con unas determinadas políticas coyunturales, y que si se rechazan estas se rechace también aquella. La independencia de la Comisión Europea comienza porque el Consejo Europeo, tras las preceptivas consultas, nombre como candidato a presidente a quien pueda obtener la mayoría del Parlamento Europeo, como ya viene suce- diendo desde la elección anterior, preferible- mente un cabeza de lista en la elección al Parlamento Europeo. Rechazamos la idea am- pliamente debatida de fusionar los puestos de presidente del Consejo Europeo y presidente de la Comisión Europea en una sola figura –en lí- nea también con la opinión del Grupo Spinelli–, ya que produciría una mezcla indeseable entre las esferas intergubernamental y comunitaria, que deben estar claramente separadas, y entre distintos niveles de decisión. Además, sería muy perjudicial para la independencia de la Comisión Europea, que podría pasar a ser, en la práctica, un apéndice del Consejo Europeo. Lo más importante es que –una vez investido por el Parlamento Europeo– el presidente pueda elegir libremente a los comisarios, que no po- drían ser más de 18, sin recibir ninguna pro- puesta de los Estados miembros, es decir, con criterios exclusivamente técnicos y políticos, aunque lógicamente deba respetar ciertos equi- librios territoriales y de género, de acuerdo con el apoyo político del que goce, del mismo modo que se hace en cualquier Estado miembro. Solo así los ciudadanos europeos identificarán la Comisión Europea con un determinado color político –o una coalición– de acuerdo con los resultados electorales, y con unas determinadas políticas que tendrán la opción de cambiar en la elección siguiente. El segundo aspecto esencial de la indepen- dencia de la Comisión Europea, como Gobierno europeo, consiste en que los presupuestos que maneja no provengan de los presupuestos de los Estados miembros, como sucede en la actua- lidad en su inmensa mayoría. El que paga, man- da. Y el que paga más, manda más. Aquí está el origen de la limitación democrática de la UE. La Comisión Europea responde de la forma en que gasta el dinero ante aquellos que se lo propor- cionan, es decir, responde ante los Estados miembros, aunque recibe su legitimidad de los ciudadanos. Si los presupuestos provinieran de
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