EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA. Europa en un periodo de transición
EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA 122 se tomaron en Washington decisiones unilaterales que podrían poner en riesgo la seguridad de los europeos, como la ruptura del acuerdo nuclear con Irán o la retirada del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF) que firmaron Washington y Moscú en 1987. Esta última decisión fue tomada por Trump, aunque luego consiguiera fácilmente en la OTAN el respaldo de los países europeos, que son en realidad los únicos afec- tados por esta clase de armas, dado su alcance. Trump mostró un gran desdén por la Alianza, hasta el punto de poner en duda públicamente el automatismo de su compromiso con el artículo 5 del Tratado deWashington, piedra angular de la OTAN, aunque no dejara de exigir que los países europeos aumenten su gasto en defensa. El compromiso alcanzado para este capítulo en la cumbre de Gales (2014) fue una muestra más de la obe- diencia de los países europeos en el seno de una OTAN en la que no tienen ningún peso real mientras actúen individualmente frente a la hegemonía de EE. UU. El 2 % del PIB acordado para los presupuestos de defensa de los países miembros es una cifra arbitraria, sin fun- damento, y no el resultado de ningún estudio profundo de las amenazas y de las capacidades para enfrentarse a estas que ponga de manifiesto las carencias, conve- nientemente analizadas y evaluadas, para justificar una cifra de inversión relativamente elevada que en algunos países puede ir en detrimento de gastos sociales más prioritarios. Pero el planteamiento de Washington era aún más atrevido. Cuando el Parlamento Europeo aprobó, en abril de 2019, el Reglamento del Fondo Europeo de Defensa (EDF), que permite la participación de empresas extra- comunitarias en los proyectos financiados pero exige que la propiedad intelectual del proyecto sea exclusi- vamente europea, el Departamento de Defensa de EE. UU. reaccionó con una carta durísima dirigida a la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Po- lítica de Seguridad, en la que conminaba a revisar estas condiciones y las de los proyectos englobados en la Coo- peración Estructurada Permanente (CEP), con amenazas de posibles represalias políticas y comerciales. No se trata solo, por tanto, de que los Estados europeos gasten más en defensa, sino de que gasten más en equipos y siste- mas de armas estadounidenses, tal vez la industria con mayor influencia política en EE. UU. Es decir, la receta de siempre: hegemonía militar, subordinación económica. Evidentemente, la llegada al poder en EE. UU. de la Administración demócrata, presidida por Joe Biden, ha cambiado sustancialmente el clima de entendimiento entre ambas orillas del Atlántico y ha dado un respiro a los atlantistas. Biden se muestra dialogante y esgrime la vuelta al multilateralismo y la importancia de la OTAN para su país, para Europa y para el mundo. Pero tal vez sea demasiado tarde. Muchos europeos —entre ellos algunos líderes— se han dado cuenta de que la depen- dencia de EE. UU. puede no resultar fiable a largo plazo. Trump, o alguien parecido, puede volver, puesto que el Partido Republicano ha asumido definitivamente su idea- rio político. Y, además, con cualquier Administración, los intereses esenciales de EE. UU. siguen siendo los mismos y en este tiempo esos intereses no están en Europa sino en el área del Indo-Pacífico. Y más concretamente en su pugna con el gran poder emergente, China. El reciente acuerdo con Australia y Reino Unido (Aukus) es una clara demostración de la dirección de su estrategia. Un acuer- do, por cierto, para el que no se consultó con la OTAN, y que demuestra que EE. UU. hace los acuerdos defensivos que le parecen oportunos sin dejar por eso la Alianza Atlántica, lo mismo que podría hacer la UE si lo deseara. El viaje de Biden a Europa entre los días 11 y 15 de junio, su primer viaje al exterior como presidente, tuvo en sus tres foros —económico con el G7, político con la UE y militar con la OTAN— un mismo objetivo principal: recabar el apoyo de Europa en su inevitable enfrentamiento con China, que se va a dilucidar sobre todo en los campos comercial y tecnológico. Este apoyo decantaría la competición a favor del país americano, al menos durante algunos años, pero habría que concretar un poco qu������������������������������������������ é���������������������������������������� obtiene Europa de ese alineamiento, por- que, si la respuesta es nada, o incluso desventajas para sus relaciones comerciales con China, es posible que el apoyo no se produzca, o no en los mismos términos que
RkJQdWJsaXNoZXIy MTAwMjkz