EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA. Europa en un periodo de transición
EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA 126 donde la UE apenas tiene ninguna influencia —a pesar de que sufre las consecuencias del conflicto—, mientras que Rusia, con una capacidad económica, demográfica y política mucho menor (y cuyo presupuesto de defensa es muy inferior al agregado de la UE), juega un papel decisivo. Surgen incluso iniciativas europeas de defensa formadas ad hoc , como la misión europea de vigilancia marítima en el estrecho de Ormuz (EMASOH), lanzada por Francia en enero de 2020, a la que se unieron otros siete países de la UE, lo que no hace sino confirmar la debilidad de la PCSD. En lo que se refiere a su propia defensa, la UE sigue dependiendo de la OTAN —es decir, de EE. UU.—, a pesar de que hay seis Estados miembros de la UE que no forman parte de la Alianza Atlántica, lo que produce una evidente disfuncionalidad, ya que, desde el Tratado de Lisboa, la Unión Europea es también en sí misma una alianza defensiva que compromete a todos sus miem- bros. El Tratado de la Unión Europea (TUE) refundido dice, en su artículo 42.7, que, si un Estado miembro es objeto de una agresión armada en su territorio, los demás Esta- dos deberán proporcionarle ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance. Con todas las salvedades que lo acompañan, referidas a los Estados miembros que lo son también de la OTAN o a los considerados neutrales, esta es la formulación clásica de una cláusula de defensa mutua que obliga a las partes, aunque no se han tomado las medidas de desarrollo organizativo ni la normativa que permitirían hacer efectiva esta obligación. A pesar de reiteradas declaraciones de importantes líderes europeos a favor del desarrollo de una defen- sa común europea e incluso de un ejército europeo, lo cierto es que las medidas estrella del relanzamiento de la PCSD acordadas en 2017, la puesta en marcha de la Cooperación Estructurada Permanente (CEP) y el Fon- do Europeo de Defensa (EDF), están exclusivamente dirigidas a mejorar las capacidades militares mediante la cooperación en proyectos conjuntos de los Estados miembros, fomentando una base industrial y tecnológica de la defensa europea competitiva y eficiente, lo que sin duda es positivo y redundará en una mayor autonomía respecto a terceros países. Pero no tienen carácter opera- tivo, no representan ninguna estructura de mando o fuer- zas que pudiera entenderse como un mayor compromiso en la defensa mutua, y no pretenden ser el fundamento de una defensa común europea, y menos de un ejército europeo, lo que exigiría un compromiso político que aún no existe. Es decir, se trata de buenas iniciativas, ya que una de las condiciones para la autonomía estratégica es la autonomía industrial, al menos en sectores esenciales, pero a todas luces insuficientes. En noviembre de 2019 se aprobaron 13 nuevos pro- yectos en el marco de la CEP, lo que hace un conjunto de 47, si bien algunos de ellos son puramente teóricos o doctrinales y otros llevan un importante retraso. Desde entonces no ha habido nuevos proyectos y uno ya ha sido completado. Por otra parte, la dotación del EDF, una importante iniciativa que emplea —por primera vez— recursos del presupuesto común de la UE en financiar la investigación y el desarrollo de equipos de defensa, que la Comisión evaluó en principio en 13 000 millones para el periodo 2021-2027, se vio reducida casi un 40 %, hasta 8000 millones, en la versión final del marco presupuestario plurianual, aprobado en diciembre de 2020, que sufrió un recorte debido a la aprobación de los fondos de recuperación NextGenerationEU. Finalmente, el cuartel general de operaciones europeo, imprescindible para dotar a la UE de una capacidad operativa propia creíble, ha quedado reducido a la Capacidad Militar de Planificación y Ejecución (MPCC), con escasos efectivos, solo apta para la dirección de misiones no ejecutivas. El avance, por tanto, es más que discreto. La UE tiene potencial económico, industrial, tecno- lógico y humano suficiente para construir una defensa colectiva autónoma que pueda garantizar por sí sola su seguridad ante los riesgos actuales y previsibles, entre los que no se encuentra la posibilidad de una guerra de alta intensidad en el continente, sin perjuicio de que sus aliados exteriores pudieran acudir en su auxilio si fuera necesario, lo que harían seguramente por su propio interés, del mismo modo que lo haría la UE en sentido contrario, en su caso. No es cierto que Europa no pueda defenderse sin el apoyo de EE. UU. o que esta opción
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