Sí, lo acabáis de ver, ya sé que estoy muerto y vosotros, además, lo sabéis también porque lo habéis leído en toda clase de libros y documentos, incluso estoy inscrito como muerto en el libro de enterramientos del cementerio de Andújar. Sí, no hay duda, estoy muerto, pero no por eso voy a permanecer callado…
Yo estaba muerto, claro que estaba muerto, pero en ese segundo que va de la luz de la vida a la oscuridad definitiva de la muerte, acudió a mi cabeza una frase que había leído mil veces y que solo ahora entendía su significado:
Las ráfagas de los fusiles ametralladores volvieron a agujerar mi cuerpo, pero de los nuevos agujeros ya no manaba sangre ni dolor…