Jerónimo Salinero pertenece a esa generación de artistas nacida en la mitad del siglo pasado, en el barrizal de una posguerra, entre las ortigas de un espíritu nacional-católico y bajo una enfermiza borrasca cultural. Pintor de muy extensa y sofisticada obra, creador de emociones, despertador de sensibilidades, poeta intimista, reflexivo y generoso, agradecido por lo que amó y fue amado y un poco de vuelta de cuanto artificial, superfluo y mediocre planea sobre la cotidiana contemporaneidad.
Jerónimo Salinero muestra al lector un libro de poemas para leer sosegadamente, sin prisas, tal como uno se bebería un buen vino en una transparente copa de cristal: saboreando las palabras, degustando las imágenes, paladeando cada verso como si de un único verso se tratara. Con lentitud, descubriendo los sonidos, el color, la textura de cada pincelada oral. Cerrando los ojos al acabar para sentir el frescor de su poesía, extraída de su memoria, de su silencio, de su vida.