Sorprenden de Carlos Vásquez su trabajada sensibilidad para la belleza, su memoria prodigiosa y su bravura ética.
De lo primero da cuenta su obra gráfica; de su memoria, el finísimo detalle con que repasa la época con más cambios en la historia moderna siguiendo el hilo de su propia vida y de lo inquebrantable de sus valores, la grandeza con la que hace frente a la adversidad encadenada de su particular biografía, la generosa pasión en lo que duda.
Todas las personas llevamos un libro dentro, una historia propia que contar, pero en Última identidad Carlos escribe, con una generosidad que conmueve, la impresionante historia propia y al tiempo la historia de millones de seres humanos que nunca tendrán un libro para contarnos su tránsito por su pedacito de historia.
Muestra, con lúcido “pesimismo histórico”, un exquisito disfrute de las cosas sencillas. Cuenta su necesidad de traer a la memoria viva el recuerdo de cada trama, de cada alegría, para elaborarlo, ordenarlo y finalmente darle sepultura o archivarlo en su importancia. Subraya la importancia de conservar lo conquistado, esas horas felices que fuimos capaces de vivir en el perfil de toda una existencia y cubrir con un velo de alegría las partes más dolorosas y sucias de la vida, porque las patrias, como los seres queridos, esconden en lo más profundo de sus entrañas males agazapados que, de pronto, despiertan y cubren con un velo de dudas, lo que antes había sido un amor incuestionable.
Carlos narra en este libro urgente la historia moderna de las personas en su lucha por ser dignas, de las ideologías en su grandeza y también en su envilecimiento, de la barbarie de las guerras y los éxodos forzados, del dolor de las grandes derrotas, del goce de las pequeñas cosas y también de la necesidad de construir, desde la tenacidad y la grandeza de lo que primero se ha atesorado en la experiencia personal, el sueño más bello que tuvo en su paleta de artista grande y alma robusta y noble: la libertad.