CINE Y PEDIATRIA 5

cine y pediatría 5 187 Nana es una película casi sin guión y sin escenarios (pequeñas habitaciones de la casa solitaria e inmensos árboles del bosque anexo), una canción que no suena (la musicalidad proviene de la naturaleza), una historia sin principio ni fin (sobre la naturaleza humana), con pocos protagonistas, pues, aunque aparece la madre, el padre y el abuelo, es Nana (espectacular espontaneidad de Kelyna Lecomte, siempre con sus botas de agua de color rosa) la única protagonista en los 68 minutos de metraje. Nana es un experimento fílmico, no para todos los paladares, que nos devuelve la visión más simple, espontánea y natural de la infancia. Nana vive en el campo, en una casa vieja casa y aislada en algún lugar profundo y frondoso, en un espacio libre y luminoso rodeado de naturaleza, en el que ella y su madre tienen una rutina en la que crecer juntas… y compartir juegos. Pero un día Nana se queda sola y el miedo no aparece en ningún momento. Y la cámara sigue a la niña en sus actividades cotidianas (algunas simbólicas), en soledad: vestirse, comer, hacer la cama, ducharse, pasear y descubrir el bosque, recoger leña o un conejo muerto por la trampa del cazador, jugar, intentar leer o escribir, preguntarse con su voraz curiosidad, ver con esos ojos de inocencia… Ella, sus silencios y el sonido de la naturaleza. Simplicidad en el cine, simplicidad de la infancia en la complejidad de la vida. Porque la cámara sigue a la niña y la niña hipnotiza con su belleza, inocencia y fragilidad al espectador. Largos planos fijos con la cotidianidad de una niña y su vida… que producen ternura y abren un camino de pureza que solo ella puede vivir, algo que también vivimos en una lejana infancia y ni siquiera recordamos. La pequeña Nana no afronta, sigue con su vida como ha aprendido de los demás. Y ella se enfrenta a la individualidad donde el silencio tiene todo tipo de matices, solo roto cuando la niña diserta en su propio idioma.

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