CINE Y PEDIATRIA 7

16 clínica ni bioquímica, salvo que medía medio metro de estatura con tres años. El desarrollo neuropsíquico era normal, pero parecía adelantado. Después de establecer el diagnóstico de enanismo esencial o primordial le vigilé durante varios años. Cuando se decidió hacer un tratamiento con hormona de crecimiento, la familia dejó de asistir a la consulta. Con el tiempo supe que habían marchado a un país del centro de Europa. Mi amiguito había llegado sin novedad a la edad adulta, con desarrollo sexual normal, se había casado con una mujer también de muy baja estatura y eran felices ganándose la vida gracias a ser anunciados como la pareja más pequeña del mundo. La Pediatría podía haber cambiado este futuro, pero acepté que la enfermedad también debe verse con los ojos del paciente. Aquel otro enfermo recordado mostraba una sonrisa prácticamente constante y con un aire misterioso entre amable, ilusionado y pensativo. La mantuvo desde la primera entrevista hasta la última, a pesar de que su estado físico fue empeorando de manera imparable y su psicología pasó desde la propia de un párvulo juguetón hasta un joven de madurez prematura. A partir de los tres años empezó a presentar caídas frecuentes, torpeza para subir escaleras, imposibilidad de correr y de saltar. Le hice sentar en el suelo y le dije que se levantará. Para incorporarse lo hacía poco a poco, apoyándose de manera sucesiva en sus propias piernas y luego en los muslos. Esto era muy orientativo para un diagnóstico, que ya se hacía inapelable: aquel niño tenía una debilidad muscular generalizada correspondiente a la distrofia muscular progresiva de Duchenne. Esto, con ser muy importante, no sería suficiente para incluirlo entre el grupo de niños inolvidables. Le seleccioné porque junto a su sonrisa, no justificada por una afectación de los músculos faciales, tenía una actitud general de bondad y simpatía que era muy atrayente para todos, en especial los chicos de su edad. Todos se

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