CINE Y PEDIATRIA 7
20 mano de un individuo tal cantidad de llaves y de cerraduras que solo un experto cerrajero (ni siquiera un adulto lo es) sabría armonizar para que ese abrir y cerrar puertas fuera siempre un ejercicio exitoso. Creo poder decir que la puerta de la cinefilia, que da a uno de los muchos lugares hermosos que uno puede visitar y morar durante su vida, se abre con total amplitud y fascinación a una edad temprana… O, dicho de otro modo: hay que haber visto y leído La isla del tesoro , la de Victor Fleming, la de Robert Louis Stevenson, a la edad que hay verla y leerla, para comprender lo maravilloso que es el mundo que se tiene por delante. Del mismo modo que hay que ver el cine de Ingmar Bergman a la edad idónea, y no antes, para que ese mismo conjuro haga efecto. Es indudable que la infancia y la adolescencia miran al cine con gran interés y aprovechamiento, pero aún es más evidente que el cine ha tenido que mirar antes y muy fijamente esta “franja” de la vida del ser humano, interesarse por sus deseos, curiosidades, miedos y necesidades, con el fin de atraer su mirada. El cine infantil y juvenil no es, en puridad, un género cinematográfico (pues los contiene a casi todos ellos, desde la aventura, la comedia, el musical o el drama), sino una elección profunda y calculada de la altura a la que quiere colocarse la cámara. Una mirada que se sitúa a una altura inapropiada para quienes han de ser los destinatarios esenciales de lo que se cuenta nunca será buen cine infantil o juvenil. En esta entrega de Cine y Pediatría que tienen entre manos, la séptima, su prescripción está más enfocada a ese tramo de la vida que conocemos como adolescencia, que suele coincidir con una etapa del individuo en la que sospecha que ha dejado de ser “algo” y se teme que empieza a ser otra “cosa” en la cual aún no se siente seguro ni tiene la menor certeza de que le conduzca hacia un terreno confortable. El cofre que abre este libro está lleno de alhajas y perlas, un tesoro que a ojos adolescentes hay que descubrir, desenterrar y procurar entenderlo como propio. Por supuesto que la lectura del libro y el descubrimiento de los títulos y cineastas que se analizan en él son muy recomendables y se pude considerar como una finalidad en sí misma, aunque también puede considerarse como un principio en vez de como un fin: conocer esas películas para después verlas. En ese sentido, el catálogo que propone aquí Javier González de Dios es tan diverso, policromado, correoso y revoltoso como la propia adolescencia. Películas como La cabeza alta , de Emmanuelle Bercot, o Girlhood , de Céline Sciamma, ofrecen un paisaje agitado de rebeldía, violencia y desencuentro por los que respirará la herida de
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