CINE Y PEDIATRIA 7

cine y pediatría 7 241 Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933) y ella le dice: “A la gente no le gusta lo que no entiende” . Porque tras la separación de sus padres, Connor tendrá que ocuparse de llevar las riendas de la casa ( “Creer es la mitad de toda curación” , se dice a sí mismo), mientras intenta acomodarse a su fría y calculadora abuela (Sigourney Weaver). Y ahora Connor intenta superar sus miedos y fobias con la ayuda de un monstruo ( “Al final, Connor, no es lo importante lo que pienses, lo importante es lo que hagas” , “Va a ser duro, va ser más que duro. Pero podrás con ello, Conor O’Malley” ), quien le cuenta tres relatos (y, para ello, en la película se recurre al recurso de dibujos animados en un atractivo recurso visual al estilo del manga de Jirō Taniguchi), hasta que al final él tendrá que contarle “su” historia. Y con estos recursos, Bayona apela por igual a la emoción, a la superación y a la fantasía, materias de la que está hecho el propio cine. Y nos regala una película a medio camino entre dos recientes estrenos: en el fondo con una historia de amistad que podría asemejar la de Mi amigo el gigante (Steven Spielberg, 2016 [Cine y Pediatría 342]) y en la forma con El principito (Mark Osborne, 2015 [Cine y Pediatría 350]). Cuando su madre le dice, “Ojalá tuviera cien años para dedicártelos” , entendemos que el monstruo no vino para curar a su madre, sino para sanar a Connor. Y por ello era importante llegar a la cuarta historia y desbloquear los miedos. Porque al final el niño abraza muy fuerte a su madre, y al abrazarla puede dejarla ir. Y nos confirma que el monstruo de la pérdida viene a vernos a menudo, también en nuestra infancia.

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