CINE Y PEDIATRIA 7
cine y pediatría 7 269 Y hoy regresa David Trueba, pero con la que fue su opera prima : La buena vida (1996). Y ello con tan solo veintisiete años, y en la que contó también con dos actores debutantes, Fernando Ramallo con quince años y Lucía Jiménez con diecisiete, y con un secundario de lujo, Luis Cuenca, uno de los grandes encantos de la película (y que fue premiado con el Goya al mejor actor de reparto), la ternura del abuelo que piensa en el pueblo, perdido en la ciudad. Un debut maduro y atrevido, que revolotea alrededor de la adolescencia para revisar desde allí la visión de la vida, la familia, la soledad, el primer amor, la amistad o la muerte . Una película íntima e intimista donde se vislumbran las referencias cinéfilas de Truffaut ( Los cuatrocientos golpes [Cine y Pediatría 80]) de Eric Rhomer ( Pauline en la playa ), y quizás también de la novela “El guardián sobre el centeno”, pero también muy deudora de la película de adolescentes de los años ochenta americana, pues trabaja sobre la expectativa no cumplida de quien avanza a su etapa. Porque el mensaje de La buena vida es reflexionar en que para que alguien se pegue la buena vida, otro no la vivirá así, y para que haya adolescencia tiene que haber vejez . Y en toda la película, con lo francés como lo soñado, como ya nos presenta nuestro protagonista de catorce años, Tristán Romeo (Fernando Ramallo), que vive en el barrio de Estrecho de la ciudad de Madrid en los años noventa: “Mi madre siempre soñaba con ir a París… Viviría en Francia en el Siglo de las Luces… Mi padre sería Voltaire y mi madre Madame Bovary, pero supongo que me retrasé doscientos
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