CINE Y PEDIATRIA 8

164 Cine y Pediatría [386] película dirigida en el año 1948 por Roberto Rosellini y con la que completa su magnífica trilogía sobre la Segunda Guerra Mundial, precedida por Roma, ciudad abierta y Paisà (1946). Comienza Alemania, año cero con unos créditos iniciales que pasean la cámara por un desolador Berlín destruido por las bombas, con una dedicatoria del director a la memoria de su hijo Romano Rosselini. Y un texto manuscrito: “Cuando las ideologías se alejan de las leyes eternas, de la moral y de la piedad cristiana que son la base de la vida de los hombres, se convierten en una locura criminal. Incluso la bondad de la infancia resulta contaminada y arrastrada por un horrendo delito hacia otro menos grave en el cual, con la ingenuidad de la inconsciencia cree encontrar una liberación del alma” . Y una voz en off que nos dice: “Esta película, rodada en Berlín durante el verano de 1947, no pretende ser más que un relato objetivo y fiel de esta inmensa ciudad semidestruida donde tres millones y medio de personas arrastran una existencia espantosa, desesperada, casi sin rendirse cuentas. Viven en la tragedia como si fuese su elemento natural. Pero no por exceso de ánimo o por fe, sino por cansancio. No se trata de una acusación contra el pueblo germano, ni tampoco de una defensa. Más bien es una constatación de los hechos” . El maestro Rosellini crea una película terrible, virulenta y amarga y a la par bellísima, una reflexión de inaudita dureza sobre los horrores de la guerra. Y donde nos pasea continuamente por la herida que el nazismo dejó en Alemania, en sus ciudades destruidas y en sus gentes abatidas. Una guerra que afectó profundamente a la generación del protagonista, un niño de 12 años por nombre Edmund (Edmund Moeschke, proverbial, elegido por el propio director y quien nunca más tendría relaciones con el cine). Nuestro personaje es nuestra conciencia, mientras vaga continuamente entre las calles destruidas sin rumbo fijo y entre su familia destruida, hacia un destino y un final aciago. Todo ello bajo la perfecta fotografía de Robert Juillard y una música psicológicamente estridente que nos pone al límite del expresionismo. Y en ese vagabundeo para buscarse la vida encuentra personajes de todo tipo, algunos tan tétricos como su antiguo profesor, quien justifica el nazismo diciéndole: “Los débiles deben sucumbir y dejar paso a los fuertes” . Y esta funesta frase publicado: sábado 03 de junio de 2017

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