De la ternura tambien se sale. 2ª edición
[ 118 ] Los amos En mi aldea antes –estoy hablando de mi infancia– había amos. Y las cosas cambiaron porque ya no había que darles la mitad de la cosecha, ni esconder en su visita a la niña púber, porque se le notaban las tetitas, no sea que dijese “Josefa, la niña ya está para trabajar, mañana me la mandas a limpiar a casa” y cayese la desgracia sobre la familia, ni pagarles el ternero muerto de la vaca alquilada... Del impuesto religioso se ocupaba la iglesia, –¿que qué iglesia? ¿cuál iba a ser?, la verdadera–. Ella se ocupaba de cobrar la “obrata”, un impuesto en especie sobre la cosecha que luego se subastaba en la parroquia, como una ofrenda (en mi infancia yo mismo acompañé a mis hermanos mayores a recaudar ese diezmo por encargo del cura). Y llegó la democracia, conmenor intensidad, es cierto, también llegó a la aldea y algunos usos perdieron visibilidad, los pobres volvieron de la emigración y compraron las casas donde vivían y algunas tierras que trabajaban para los amos, que a esas alturas se hicieron demócratas, el azul de las camisas era más claro y los “procuradores en cortes” se hicieron luego “diputados” . ¡Claro, amor, que ellos también sueñan!
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