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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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que el idioma se convirtió en la lengua hablada

en todos los continentes, en especial en América

del Sur (Brasil) y África.

El filósofo Eduardo Lourenço ha usado para

Portugal la metáfora de la isla, como si el país

fuese una Ítaca a la que regresan los viajeros,

como Ulises, símbolo de un nomadismo de aven-

tura que podría caracterizar a los portugueses.

En el plano económico y social, Portugal ha

experimentado la confrontación entre las caren-

cias y los anhelos. Fue hacia el Atlántico por la

falta de cereales y de oro, y fue para la emigra-

ción por la falta de sustento. Pero también se

acostumbró a vivir por encima de sus posibilida-

des con el lucrativo comercio de Asia en el siglo

XVI y del oro del Brasil en el siglo XVIII.

Ha existido siempre aquí el dilema entre la

“fijación y el transporte”, como dijo el pensador

António Sergio, entre crear una base europea

sólida y estable, o disfrutar simplemente de los

movimientos mercantiles.

También ha existido una confrontación entre

centralismo y municipalismo (este fomentado y

aliado del poder central), del mesianismo del

Estado y el peso ancestral del individualismo, de

una cierta improvisación, de la precipitación, de

un exceso de imaginación, de las supuestas

“suaves costumbres” y hasta “el miedo mismo

de existir”, según dice el pensador y ensayista

José Gil. No podemos, por ejemplo, olvidar en

este contexto que el referéndum de 1998 que

se convocó para decidir sobre la división del país

en regiones autónomas supuso un rechazo cla-

rísimo a esa fórmula.

Una gran capacidad de adaptación coexiste

con el recurso frecuente al corto plazo y con la

excesiva confianza en la buena suerte y en el

hado o el destino.

De todas maneras, pensando en un contexto

europeo, el Portugal democrático de después

de la Revolución de los Claveles de abril de

1974, al haberse integrado en la Comunidad

Europea, sin renunciar a su ligazón con el mun-

do global, en particular con los países de lengua

portuguesa, ha ocupado en la escena interna-

cional un lugar marcado por la historia. Sobre

todo basado en una vocación de estabilización,

y asumiendo un papel de fomento del diálogo.

Una integración europea positiva

La participación de Portugal y de España en la

construcción europea ha constituido una expe-

riencia con inequívocos aspectos positivos, que

deben ser, sin embargo, ser comprendidos y

profundizados.

Lorenzo Natali, el comisario europeo que

desempeñó un papel decisivo en la ampliación

de las Comunidades europeas, concretado en

1985 y ejecutado en 1986, afirmó en diversas

circunstancias que la adhesión de los países ibé-

ricos supondría el inicio de una nueva fase en la

construcción europea.

De hecho, la historia peninsular, en su pro-

yección en el mundo global en todos los conti-

nentes ha permitido aprovechar todas las po-

tencialidades de una integración abierta –aún lejos

de conseguir o consolidar todas sus virtudes– evi-

tando que el proyecto europeo se llevase a cabo

de una forma cerrada, centrado solo en una

lógica de autocomplacencia.

Si bien es cierto que hemos constatado se-

ñales contradictorias, agravadas por la crisis de

2008, la integración europea abierta conserva

para Portugal su pertinencia y su evidente y ne-

cesaria actualidad. En efecto, las relaciones de

las economías portuguesa y española con las

economías de los países emergentes merecen

una especial atención, que dependerá en el fu-

turo de la capacidad innovadora y de las siner-

gias que puedan crearse entre ellas.