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¡TODOS A COMER!

Refuerzos.

Son recompensas por algo que se ha hecho bien. Existen muchos

tipos de refuerzos, pero los más aconsejables son los refuerzos sociales

(palabras de elogio, besos, caricias, miradas, gestos, etc.). Cuando el niño realiza

alguna actividad correctamente es importante transmitirle nuestra satisfacción

(«¡Qué bien has recogido tu mesa!»). Este pequeño acto hará que el niño se

sienta bien y orgulloso de lo conseguido, aumentando la probabilidad de que lo

vuelva a repetir en un futuro. Con respecto a la hora de la comida, la manera

de reforzar los comportamientos adecuados del niño es señalarlos de manera

natural mientras se participa de la conversación en la mesa. Es muy importante

que cuando un padre aplica un refuerzo, este sea natural y proporcional a

la conducta. No hace falta parar en seco con lo que uno está haciendo para

aplaudir al niño por cada cosa que hace, sino transmitir de una manera natural

y espontánea un gesto de agrado que el niño sea capaz de entender.

En el caso de los malos comportamientos, la forma a actuar es totalmente la

contraria. No se recriminará ni se prestará atención al comportamiento, sino que

se seguirá con la actividad que se está realizando en ese momento. Los padres

no deben confundir entre no prestar atención al mal comportamiento y no prestar

atención al niño, ya que es importante estar pendiente de que el niño no se haga

daño, apartándole con tranquilidad de los lugares u objetos que puedan resultar

peligrosos, para volver después y continuar con la comida y la conversación.

Control de rabietas.

Al tratar de poner en marcha estas estrategias que buscan

la desaparición del mal comportamiento, es muy probable que la actitud del niño

empeore y se vuelva más demandante (por ejemplo, lloros, gritos, etc.). El motivo

ya se ha comentado anteriormente: el niño teme perder la atención que antes

recibía por el hecho de no comer bien. Esto le genera mucha frustración que

expresa en forma de rabietas para reclamar al entorno que se les devuelva lo

suyo. Aunque no resulta fácil, es necesario que los niños pasen por esta «etapa

de frustración». Durante este tiempo, los padres deben entender y respetar el

enfado de los niños, pero no la actitud que adoptan a la hora de expresarlo. Para

ello es importante que se mantengan firmes y no respondan ante las artimañas

que los niños pondrán en marcha con el objeto de controlar la situación buscando

el límite de los padres. Si en estos casos los padres ceden en su postura, se

le estará mandando al niño un doble mensaje: 1) «puedo seguir comiendo mal»,

y 2) «cuando algo me disguste puedo montar una pataleta porque sé que mis

padres cederán». No hace falta decir que, a medida que el niño se acostumbre a

utilizar este comportamiento será más difícil corregirlo en el futuro.

En segundo lugar, los padres deben transmitir una actitud relajada y segura,

sin expresar signos de enfado o de nerviosismo. Los niños, ante la serenidad de

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