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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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que sentaría las bases del comercio en el siglo

XXI –el TTIP– finalmente fracasado, a un escena-

rio de amenaza de guerra arancelaria, tensiones

en múltiples terrenos y asalto al sistema multila-

teral. Europa se enfrenta a un nuevo plantea-

miento de Washington según el cual la econo-

mía internacional se beneficiaría de un

crecimiento estadounidense apoyado en el pro-

teccionismo comercial y la reforma fiscal en fa-

vor de sus grandes empresas y corporaciones

financieras. A partir de aquí, la expectativa de la

UE sobre cualquier negociación comercial es,

más allá de este primer episodio, forzosamente

negativa, tras la imposición de los “halcones”

como Larry Kudlow, nuevo director del Consejo

Económico Nacional de la Casa Blanca, sobre

los globalizadores como Gary Cohn. Este giro al

nacionalismo económico tiene su correlato en el

ámbito de la seguridad con la salida del conse-

jero de Seguridad Nacional, el general McMaster,

y su reemplazo por el “halcón” John Bolton, y

en política exterior con el reemplazo de Rex

Tillerson por Mike Pompeo como nuevo secreta-

rio de Estado.

A pesar de los órdagos lanzados por la

Administración Trump, La UE parece resistirse a

entrar en una guerra comercial con EE. UU.,

pues ello podría acabar dañando gravemente la

estrecha integración de la economía transatlán-

tica en términos de inversión, filiales o empleo.

Se trate o no de una estrategia negociadora de

presión, de una amenaza que no se llega a con-

sumar, los efectos distorsionadores y deslegiti-

madores sobre el sistema multilateral son evi-

dentes, más aún si provienen de la primera

potencia mundial, y podrían crear un efecto do-

minó, o reacciones incontrolables. Por tanto, los

estados miembros europeos deben unirse para

apelar a su contraparte norteamericana para

que se establezcan canales ad hoc de negocia-

ción de comercio entre ambos. Paralelamente,

Europa tiene a su disposición la carta de “multi-

lateralizar” el asunto de la guerra comercial, no

solo en el seno de la OMC –uniéndose a otros

países afectados por los aranceles–, sino tam-

bién en un Foro de gran envergadura como es

el G20, con el fin de frenar las acciones unilate-

rales por parte de EE. UU. con la colaboración

del resto de grandes economías.

China

iliberal

pero multilateral

El verdadero punto de mira de la guerra comer-

cial de Trump no es tanto Europa sino en primer

lugar China, que es el objeto de la obsesión de

Trump por un déficit comercial de 375 billones

de dólares, y el país que se percibe más negati-

vamente en los círculos empresariales esta-

dounidenses. Las políticas de Trump han hecho

que, a principios de abril de 2018, la UE se ha-

llara bloqueada en medio de una incipiente es-

calada de guerra comercial entre las dos poten-

cias, y ha complicado los avances en la agenda

bilateral de la UE con China. Al anuncio de los

aranceles al aluminio y al acero le siguió el

anuncio desde Beijing de gravar 128 productos

estadounidenses, del aluminio a la carne de cer-

do, nueces, vino y frutas. A finales de marzo,

Washington anunciaba más medidas para gra-

var con tarifas de 60 billones de dólares produc-

tos chinos y para limitar la capacidad de inver-

sión china en tecnología estadounidense, y

anunciaba que llevaría el caso a la Organización

Mundial del Comercio (OMC), a pesar del fuerte

recelo de Trump a esta institución.

Ante la guerra cruzada de EE. UU. y China,

la posición de Europa se ha ido matizando. Hace

mucho tiempo que las autoridades europeas re-

celan también de las prácticas comerciales e in-

versoras chinas, por ejemplo, la opacidad de su

mercado de licitaciones a empresas europeas,