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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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al principio de

ever closer union

, solo explicable en una coyuntura –deci-

siones oportunistas, pues– en que la Unión Europea ha comparecido con

todas sus debilidades. Tantas, que ha sido víctima de un obvio chantaje,

cuyas consecuencias futuras no son fáciles de imaginar en estos instantes.

Hay que admitir que la UE se encuentra sumida en una encrucijada o

desafío político de primera magnitud. Es más que una crisis económica, o

de refugiados, o de seguridad. Estos son los efectos. Son muy graves, pero

lo que los convierte en críticos es la no capacidad de la UE para dar una

respuesta creíble a todos ellos.

Se podría dar esa respuesta. Se podría apostar por una política eco-

nómica inversora –mucho más allá del desfalleciente Plan Juncker–, única

forma de sacar del marasmo a una economía ahogada por la austeridad

monolítica. Se podría establecer una política tributaria verdaderamente

justa, que financiara tal política inversora y productiva. Pero no se hace.

Se podría, también, actuar como una comunidad formada por so-

cios solidarios frente al drama de los refugiados. Se debería cumplir con

el derecho internacional, con el Convenio de Ginebra y el Protocolo de

Nueva York, con la Carta de Derechos Fundamentales de los Ciudadanos

Europeos, con el Convenio Europeo de Derechos Humanos. Pero no se

cumple.

Se podría desarrollar una auténtica política de seguridad europea fren-

te a amenazas que claramente desbordan la seguridad nacional. Pero

tampoco hay una mínima cooperación o dirección unitaria ante el golpeo

terrorista y la estrategia mortífera del Estado Islámico.

Todo ello nos aboca al nudo central que habría que romper para dotar-

nos de medios suficientes para responder a lo que los pueblos europeos

demandan de la política: que se decidan medidas y que estas se apliquen.

Es, en última instancia, una crisis de políticas que obliga a hacer política.

Es un problema institucional, cuyo trasfondo expone en este Informe Jonás

Fernández, que nos conduce a las dificultades de acción del Parlamento

Europeo o de la Comisión, cuando la voluntad política debería fortalecerlas.

Puede parecer un mantra cansino ese de “más Europa” en un mo-

mento en que las tendencias van en un sentido opuesto. No obstante,

no debemos rendirnos a este cansancio. La crisis política de Europa no

tiene su fundamento en la inutilidad de la UE, sino en la inexistencia de un

liderazgo imprescindible, que sí se ha cuantificado, sin embargo, en otros

terrenos como la lucha contra el cambio climático (Ana Belén Sánchez y

Vicente Palacio). La crisis, o las crisis, que nos atenazan lo son de las políti-

cas nacionales, descoordinadas y miopes. No de la aún demasiado ausente

política europea.