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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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que vivan los ciudadanos y ciudadanas, sea cual sea su nacionalidad y,

en especial, la defensa de los derechos del niño (capítulo realizado por

Juan Moscoso del Prado).

– La acogida a refugiados que huyen de la guerra y la persecución polí-

tica, con la creación de vías seguras para llegar a Europa sin tener que

pagar el precio de 5000 vidas dejadas en el Mediterráneo en el año

pasado, y con el reparto de la carga de los gastos necesarios entre to-

dos los países de la Unión (capítulo redactado por Petra Bendel).

– Un pacto europeo, con medidas detalladas y efectivas de colaboración

entre las policías y sistemas judiciales, para prevenir y combatir la mayor

lacra de nuestras sociedades: la violencia contra la mujer.

No obstante, no basta con todo lo anterior. La Unión, a pesar de poner

en marcha políticas como las señaladas, necesita dotarse de unos instru-

mentos y de una voluntad política que aún no tiene. Porque ha de vérselas

con el gran fenómeno del siglo XXI: la globalización. Algo que no puede

despacharse con recetas como el trilema de Rodrik, sino con un diseño de

largo alcance, es decir, con un proyecto europeo renovado, al que se opo-

ne una descorazonadora falta de visión común de los Estados, una preocu-

pante dicotomía entre norte y sur, producto de la crisis y de las políticas

restrictivas aplicadas en los países del sur.

A ello se añade otra división de opiniones inquietante: este-oeste, muy

evidente en la cuestión de la solidaridad ante la llegada de los refugiados.

Sin voluntad política unitaria no será posible mantener el ritmo de cre-

cimiento cuantitativo y cualitativo que, hasta ahora y desde hace 60 años,

ha sido una característica del gran proyecto democrático que ha traído la

paz y la prosperidad a la Europa destruida por dos guerras mundiales de-

vastadoras; y que lo constituye en un modelo político de referencia para

millones de personas en el mundo.

Propuestas como las señaladas habrán de admitir y alentar cambios

que integren a un conjunto de países. que querrán avanzar más, dejando

abierta la puerta a la incorporación de los demás, sin perder de vista nun-

ca la imprescindible cohesión de los 27. En cualquier caso, el método co-

munitario ha de predominar sobre el intergubernamental, de modo que

permita el fortalecimiento del Parlamento Europeo y de la Comisión, com-

patible con un Consejo Europeo que lance las grandes directrices que

afecten a la soberanía de los Estados.

Cuando nació la Unión, llegó dotada de un potente plan: la paz y recon-

ciliación de Europa y la regeneración social y económica de un continente

aplastado por la guerra. Las políticas eran nacionales y el Estado de bienes-

tar también, con fuerte presencia de los partidos socialdemócratas y demo-

cristianos. La implicación de Estados Unidos en la seguridad europea fue