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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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barco de vapor, la industrialización… En todo

este proceso, Europa estuvo en primera línea,

promoviéndolo y beneficiándose de él, aunque

en realidad el beneficio solo llegaba a unos po-

cos. Desde los años noventa del pasado siglo,

con la desaparición de los dos bloques antagó-

nicos de la guerra fría, la expansión de las cor-

poraciones multinacionales, y el ascenso de

China y otros países emergentes, el proceso se

ha acelerado exponencialmente, favorecido por

los avances en las comunicaciones y el transpor-

te, que han minimizado la importancia de las

distancias geográficas. Y en esta nueva etapa,

Europa ya no tiene el protagonismo ni obtiene

el principal beneficio.

Es evidente que la globalización tiene venta-

jas e inconvenientes. Entre las primeras están la

salida de millones de personas de la pobreza en

países emergentes, el intercambio científico y

cultural, la especialización y movilidad de los tra-

bajadores más cualificados, y –especialmente– la

progresiva convergencia de valores e intereses,

que aleja o suaviza los conflictos internacionales.

Con todo, el sector que más se ha beneficiado

de ella ha sido el financiero, que –apoyándose

en la desregulación puesta en marcha en los

años ochenta por los gobiernos de Ronald

Reagan en Estados Unidos y de Margaret

Thatcher en Reino Unido– ha utilizado sin con-

trol los movimientos especulativos de capital,

con enormes beneficios, poniendo en peligro el

desarrollo y la estabilidad de ciertos países o de

regiones enteras, y de determinadas monedas.

Los perjudicados son, sobre todo, los trabaja-

dores menos cualificados de los países desarro-

llados, que se ven enfrentados a una competen-

cia desleal por parte de empresas ubicadas en

países que no respetan los más elementales de-

rechos laborales y carecen de protección social.

La globalización de carácter neoliberal tiende

a igualar por abajo, a hacer tabla rasa de las

regulaciones laborales, medioambientales, sani-

tarias, y de las prestaciones sociales conseguidas

en los países desarrollados. El deseo de maximi-

zar los beneficios se traduce en deslocalizacio-

nes industriales, que generan desempleo, o en

el intento de recuperar competitividad a costa

del deterioro de los salarios o las condiciones

laborales de los trabajadores. Por otra parte,

existe el riesgo de que se pierda diversidad cul-

tural en un mundo que tiende a la uniformidad.

Pero el peor peligro es la pérdida del control de-

mocrático de la actividad económica, ya que el

desarrollo de la globalización no viene acompa-

ñado de la creación de instituciones de gober-

nanza global que lo controlen.

Es a

esa

globalización desregulada y salvaje,

que beneficia principalmente al capitalismo fi-

nanciero y a las grandes corporaciones multina-

cionales, a la que se oponen los partidos de iz-

quierdas y los movimientos sociales. El

capitalismo no es antiglobalización, es antirre-

gulación, solo acude al proteccionismo cuando

cree que las regulaciones internacionales o los

tratados perjudican sus intereses. La globaliza-

ción es imparable y –si se regula adecuadamente–

beneficiosa, ya que puede terminar con la ex-

tensión de los derechos laborales y sociales a

todo el mundo, restaurando la competencia so-

bre bases aceptables. Las reacciones proteccio-

nistas, el cierre de fronteras, solo crean tensio-

nes y agravan el problema. El proteccionismo

que surgió a raíz de la gran depresión de los

años treinta del siglo pasado condujo no solo a

un agravamiento de la crisis económica, sino a

la Segunda Guerra Mundial. A largo plazo, la

libertad de comercio y su incremento, inheren-

tes a la globalización, son fuentes de prosperi-

dad, crecimiento y desarrollo para todos.