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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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los 58 millones en 2050 (11,2 %), y un escenario

extremo –si se dieran flujos como en 2016– en el

que llegarían a superar los 75 millones (14 %).

Pero incluso en este caso poco probable, mientras

países como Alemania, Francia o Suecia podrían

acercarse a un 20 % de población musulmana, o

incluso superarlo, en Polonia representarían en

ese año –según el estudio– un 0,2 % de la pobla-

ción, en Eslovaquia un 0,7 %, en la República

Checa un 1,2 % y en Hungría un 4,5 %.

Es evidente que la integración de los musul-

manes en las sociedades europeas es un reto

creciente e importante que es imprescindible

abordar en todos sus aspectos: políticos, econó-

micos, sociales y culturales, so pena de encon-

trarnos con fracturas internas de muy difícil ges-

tión. Pero también lo es, como acabamos de ver,

que en muchas ocasiones es más negativa la

utilización política interesada que se hace del

problema que el problema en sí.

Con todo, el problema más importante que

proviene de esta región es el relativo a la deriva

autoritaria y antiliberal de los Gobiernos actua-

les, particularmente en Varsovia y Budapest,

que pone en riesgo los principios democráticos

más básicos como la división de poderes o la li-

bertad de expresión, y choca por tanto frontal-

mente con los valores que sustentan y definen

la propia existencia de la UE. La tendencia por

convertirse en “democracias no liberales” o

“autocracias mayoritarias”, al estilo de la Rusia

de Vladimir Putin, puede suponer una amenaza

existencial para la UE si no se corrige a tiempo,

y las instituciones comunitarias parecen poco

preparadas para afrontar este problema de una

forma decidida y eficaz.

A pesar de las reiteradas advertencias de la

Comisión Europea, desde mediados de 2016, en

Polonia, el Gobierno del partido ultranacionalista

Ley y Justicia (PiS), dirigido en la sombra por su líder

parlamentario, Jaroslaw Kaczynski, ha aprobado

13 leyes, que culminaron en diciembre de 2017,

para someter el poder judicial, incluidos el

Tribunal Supremo y el Consejo Judicial Nacional,

al control político del Parlamento y en conse-

cuencia del partido mayoritario, acabando así

con la independencia judicial y con la separación

de poderes, que es un requisito esencial de la

democracia, además de tomar medidas que limi-

tan la capacidad de los medios para controlar a

los poderes ejecutivo y legislativo. Estas medidas

han sido consideradas anticonstitucionales por

el propio Tribunal Supremo polaco, calificadas

de “politización de la justicia” por la Comisión de

Venecia del Consejo de Europa, y consideradas

una “amenaza sistémica al Estado de derecho”

por parte de las instituciones comunitarias.

Nada de esto ha servido para frenarlas.

Finalmente, el 21 de diciembre la Comisión

Europea decidió poner en marcha el mecanismo

previsto en el artículo 7 del Tratado de la UE

(TUE), para el caso de que algún Estado miem-

bro viole gravemente los valores de respeto de

la dignidad humana, libertad, democracia,

igualdad, Estado de Derecho y respeto de los

derechos humanos, que el propio TUE contem-

pla en su artículo 2 como el fundamento de la

Unión. Por el momento, solo se ponen en mar-

cha las medidas del apartado 7.1, que requieren

una mayoría de cuatro quintos de los miembros

del Consejo Europeo y cuya única consecuencia

es dirigir recomendaciones al Estado implicado.

La puesta en marcha del 7.2, que conduciría a

sanciones sustanciales, como la pérdida de voto

en el Consejo, requeriría la unanimidad, y el

Gobierno húngaro ya ha hecho saber que lo

considera una injerencia y no lo aceptaría.

El Gobierno de Viktor Orban en Budapest se

ha convertido, desde que accedió por segunda

vez al poder en 2010, en el paradigma de la

autocracia mayoritaria a la que antes nos refe-

ríamos, y ha sido la inspiración del gobierno del