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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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la necesidad de introducir flexibilidad en el rígido principio de estabilidad

presupuestaria y ampliar la capacidad interpretativa de la Comisión a ese

respecto. Algo benéfico para países como Italia, Francia y España, es decir,

tres de los mayores Estados de la Unión. Sin embargo, a pesar de ello, la

inversión pública en la eurozona será del 2,7 % del PIB el año 2015, es decir,

un 18 % por debajo del nivel de EE. UU. y un 25 % por debajo de Japón

(datos de la Comisión Europea).

Otro ejemplo de cambio es la decisión del Banco Central Europeo (BCE)

de iniciar un programa masivo de compra de deuda, rompiendo con ello

tantos años de política monetaria estérilmente conservadora, y facilitando

la devaluación del euro.

La Unión fue demasiado lejos en el ajuste presupuestario, y ahora tiene

que dar marcha atrás de forma forzada, sin querer reconocer su error. Un

error que ha llevado a la mayoría de los países de la Unión a tener un PIB

per cápita inferior a que poseían antes del inicio de la crisis (2 % más pe-

queño en la eurozona), y una deuda pública superior.

La Unión es ya el núcleo central del conjunto económico del mundo

(Europa, Asia, Latinoamérica) que sufre la enfermedad del estancamiento

en la producción y el comercio. Los países emergentes se han contagiado

(China ha tenido en 2014 el porcentaje más bajo −7,4 %− desde 1990; la

producción industrial de Japón ha caído un 3,4 % a comienzos de 2015).

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha

advertido de que el crecimiento de la economía mundial en los últimos siete

años ha sido del 30 %, un punto porcentual por debajo de la media de los 15

años anteriores a la crisis. Solo en la OCDE hay 11 millones más de desemplea-

dos que en 2007. Por eso resultan voluntaristas voces como las del G20, que

profetizan un crecimiento global para los próximos años, cuando compro-

bamos que la deuda pública y privada ha aumentado en el planeta 57 bi-

llones de dólares desde el comienzo de la crisis, es decir, el 286 % del PIB

mundial (informe de McKinsey Global Institute, 2015); y la deflación se ha

extendido como una plaga.

La respuesta política ha de ser global, y ha de ser: inversión pública y

privada. Estímulo exógeno, no austeridad como única medicina hasta que

el paciente desemboque en la desnutrición. Ni tampoco la política mone-

taria como único remedio, que es en lo que ha estado la Unión Europea

en lo últimos años, hasta llegar en algunos países a tasas de interés nega-

tivas impuestas por sus bancos centrales (Suecia y otros bancos nórdicos).

Esta respuesta es la que se corresponde con dos problemas de gran

importancia, y de naturaleza diversa.