EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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se adhiriesen a ella han conducido a nuevas tensiones políticas entre el
oeste y el este del continente. Estas tensiones solo encontrarán vías de
arreglo con una política común de inmigración y asilo.
Durante los años de crisis, el euroescepticismo de la sociedad creció.
No obstante, en los últimos tiempos, a causa de las crisis de política exte-
rior y del éxito electoral de Donald Trump, su actitud hacia la Unión
Europea vuelve a ser netamente más positiva. Sobre ese trasfondo se
abren nuevas opciones para iniciativas europeístas: necesitamos una polí-
tica dotada de sentido de la proporción, que avance paulatinamente sobre
la base de coaliciones políticas flexibles entre los distintos Estados miem-
bros. Las cooperaciones estructuradas o reforzadas pueden ser un instru-
mento útil.
Ahora bien, esa opción de pequeños pasos debería combinarse con
una mirada clara hacia adelante. La Unión Europea se ha quedado sin
objetivo y sin visión. Se ha convertido en un tema negativo que utilizan,
una y otra vez, los dubitativos y los escépticos. Pero la nueva Europa ya
viene de camino: surge atravesando sus crisis y no contra los Estados na-
cionales, sino de forma transversal a ellos. Una de las esperanzas de Europa
radica en las ciudades y regiones europeas, como unidades no indepen-
dientes, sino recíprocamente dependientes. Los actores deben ser sus ciu-
dadanos. La Europa del futuro no será un Estado tradicional, ni tampoco
un club de separatistas regionales, sino un proyecto en red del siglo XXI,
de inspiración federal.
En el otoño de 2017, el presidente francés Emmanuel Macron presen-
tó su visión de una refundación de Europa en un discurso que tenía por
destinataria sobre todo a Alemania. Macron aspira a fundamentar la Unión
Europea ya no desde el pasado, sino mirando al futuro: Europa debe ser
“más soberana, más unida y más democrática”, es decir, más indepen-
diente hacia fuera y más dependiente hacia dentro.
El proyecto de Macron también se alza contra el nuevo populismo de
derecha, el nacionalismo y el separatismo en Europa. Estas tendencias se
alimentan no solo de la crisis económica o la creciente desigualdad social,
sino también del rechazo de la política abierta de inmigración e integración
y la indignación frente a una política hecha “desde arriba”, sin contar con
la ciudadanía. Se trata de un populismo de raíces culturales e irracionales.
Pero más peligroso que los populistas y los separatistas mismos es tenerles
miedo. El resultado de las elecciones italianas abunda en las incertidumbres.
Que la tercera economía del euro tenga que elegir entre una ultraderecha
euroescéptica y un movimiento confuso que hasta hace poco tampoco era
europeísta es inquietante. El hundimiento de la socialdemocracia en