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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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nacionales con un ímpetu inédito en la historia, siempre irregular, nunca

monótona, de la Unión Europea. Una historia que, desde la II guerra mun-

dial, ha ido generando más y más cooperación y convergencias (acerca-

miento de rentas per cápita en un contexto de crecimiento económico),

políticas compartidas (monetaria, comercial, libre circulación de personas)

y solidaridad (política de cohesión, ayuda al desarrollo).

La gran crisis económica y su legado (degradación del estado de bien-

estar con la desigualdad al frente, crisis fiscal y hegemonía de las entidades

financieras y las grandes compañías tecnológicas norteamericanas) interrum-

pieron esa dinámica. Y cuando pensábamos que la salida trabajosa de la

recesión y la reducción del paro y los déficits iban a derrotar a la errada

política de austeridad, e iban a permitir lo que en el Informe 2017 califica-

mos de “relanzamiento de Europa”, nos hemos encontrado con una

Unión Europea rodeada de amenazas políticas e ideológicas. Amenazas

que confrontan con la cultura integradora de la Unión y que nacen de la

fuerte impronta estatalista de la vieja Europa.

Lo han hecho en el peor momento. Porque 2018 es un año decisivo

para diseñar las reformas que Europa necesita y que se deben consolidar

en forma de propuestas presupuestarias (2021-2027) y debates ante las

próximas elecciones al Parlamento Europeo de 2019. Estas elecciones de-

bieran dotar a las reformas de la legitimidad democrática necesaria para

llevarlas a cabo.

¿Cuáles son esas amenazas que, sin reservas, podríamos vincularlas al

más reaccionario antieuropeísmo?

La primera de todas es el nacionalismo populista. De nuevo ese sospe-

choso habitual. Procesos tan distantes como los buenos resultados de la

ultraderecha en Polonia, en Hungría, en Austria, en la República Checa, o

el movimiento independentista en Cataluña y en la propia Italia del Norte,

o el

brexit

, tienen en común esa apuesta identitaria excluyente que tan

alejada está de la sensibilidad europeísta y sus objetivos supranacionales.

Es coherente, aunque paradójico, que esta vena conservadora naciona-

lista empatice visiblemente con líderes no precisamente destacables por lo

libertario como es el caso de Trump o Putin, portadores de una preferencia

por la centralización del poder.

Unido a lo anterior indisolublemente está la amenaza de un renacido

autoritarismo en el interior del continente. No es una amenaza imaginaria

o virtual. La Comisión Europea ha abierto un expediente (artículo 7 del

Tratado de la Unión Europea) a Polonia, como manifestación de la grave-

dad de la involución de un principio constitucional tan imprescindible

como el de la separación de poderes y la independencia de los jueces.