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POPULISMO Y NACIONALISMO

VERSUS

 EUROPEÍSMO

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elementos populistas en su práctica política, tal

como presentarse como los únicos representan-

tes del pueblo frente a todos los demás y propo-

ner soluciones irreales, hay una diferencia fun-

damental con las formaciones de extrema

derecha: los fines que persiguen son absoluta-

mente opuestos. Mientras que el fin último de

la extrema derecha es reforzar el capitalismo, el

de la izquierda radical es destruirlo, o al menos

ponerlo bajo su control.

Las consecuencias políticas de la crisis

El aumento del populismo y el nacionalismo es

sin duda la consecuencia política más importan-

te de la crisis. La gestión política de la crisis eco-

nómica en Europa ha sido desastrosa, aunque

no para todos los países ni para todos los secto-

res sociales. En el conjunto de la UE la deuda

pública se ha disparado, el tejido i.ndustrial y

empresarial se ha debilitado, el desempleo ha

aumentado enormemente, los derechos labora-

les y los servicios y prestaciones sociales se han

deteriorado, dejando un rastro de incertidumbre

en amplios sectores sociales. Mirando con más

detalle, como los Estados miembros tienen aún

economías con diferencias estructurales muy

marcadas, lo que era bueno para unos no lo era

para otros. Se ha impuesto la visión del país más

poderoso, dirigido por Angela Merkel, basada

en la austeridad del gasto y la congelación de la

demanda, que ha sido muy beneficioso para un

país exportador como Alemania, pero desastro-

so para otros cuya deuda se ha disparado des-

equilibrando las cuentas públicas, sin tener la

posibilidad de devaluar la moneda. La adminis-

tración Obama eligió para Estados Unidos un

camino completamente distinto, neokeynesia-

no, fomentando la inversión y la demanda, con

resultados envidiables respecto a Europa.

Las recetas económicas neoliberales son fal-

sas y su única finalidad es favorecer el capital. Si

bajar impuestos y recortar prestaciones sociales

para equilibrar el gasto fuera la fórmula del éxi-

to, los países nórdicos estarían a la cola de

Europa, y los del sur a la cabeza. Y es justamen-

te al revés. Por el contrario, hay que recaudar

más, invertir y distribuir, para impulsar la de-

manda y con ella la economía. El peso de la cri-

sis ha recaído sobre las clases medias y los tra-

bajadores, aumentando enormemente la

desigualdad, relegando a la exclusión y la preca-

riedad a capas de población que antes estaban

perfectamente integradas, demostrando lo

erróneo de otro mantra neoliberal: que el creci-

miento beneficia a todos. Esta es la causa de la

desafección política y de la desesperación que

ha llevado a muchos europeos a caer en brazos

del populismo de extrema derecha, incluidos

muchos antiguos votantes de partidos socialis-

tas e incluso comunistas.

No obstante, esa desafección no habría sido

tan grave si los ciudadanos hubieran encontra-

do una alternativa viable y coherente a esas po-

líticas en la izquierda moderada, es decir, en la

socialdemocracia europea. Los partidos social-

demócratas europeos han asumido, en el poder

o en la oposición, que la política neoliberal era

la única posible y se han plegado a ella. Y si bien

es cierto que una alternativa es muy difícil, por

no decir imposible, en un mundo dominado por

los mercados financieros, cuando se intenta

aplicar en un solo país (véanse los problemas de

Siryza en Grecia), no lo es si se trata de Europa

en su conjunto. Estos partidos no lo han inten-

tado siquiera, ni a nivel nacional ni a nivel euro-

peo, abandonando ideas como la regulación y

el control democrático del capitalismo financie-

ro, o el mantenimiento de los derechos labora-

les y las prestaciones sociales que están en su

origen y en su esencia. La adscripción de la