EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
58
Seguridad: el vínculo de la Alianza Atlántica
Durante la campaña electoral, el candidato
Trump había declarado “obsoleta” la OTAN,
amenazando con desengancharse de sus com-
promisos con la Alianza. La OTAN vendría a ser
una organización que no sirve a los intereses de
EE. UU.: ineficaz en la lucha antiterrorista, y de
un alto coste económico para EE. UU. (que,
pese a representar menos de la mitad del PIB
agregado de la organización, contribuye aproxi-
madamente con el 75 % del gasto militar). Más
tarde, la 53.ª Conferencia anual de Seguridad
de Múnich de 17 y 18 de febrero haría las veces
de termómetro de las relaciones transatlánticas.
Los discursos del vicepresidente Mike Pence y el
secretario de Defensa James Mattis emplearon
un tono tranquilizador que se distanciaba nota-
blemente de la agresividad exhibida por el pre-
sidente hasta el momento. Ambos se refirieron
a la OTAN reafirmando la centralidad del víncu-
lo transatlántico a la vez que instaban a los so-
cios a cumplir el objetivo de gasto del 2 % esta-
blecido en la cumbre de Gales de 2014. La
canciller alemana Merkel, por su parte, afirmó la
importancia del multilateralismo y de la OTAN,
el compromiso alemán de alcanzar el objetivo
de gasto, y la complementariedad de la OTAN y
una Europa de la Defensa. Un esquema donde
el Reino Unido tendría que buscar su nuevo lu-
gar entre Bruselas y Washington para continuar
con su papel protagonista en la Alianza. En la
Conferencia de Munich quedó claro que la
Administración Trump considera la Alianza más
como un instrumento para la lucha contra el
terrorismo transnacional que como un instru-
mento disuasorio frente a la Rusia de Putin, en
claro contraste con las aspiraciones de los paí-
ses bálticos y Polonia. Los anunciados encuen-
tros de Trump con los líderes chino Xi Jin Ping y
ruso Vladimir Putin irían despejando el nuevo
panorama estratégico de cara a la Cumbre de
OTAN del 25 de mayo.
Posibles divergencias en Oriente Medio
Las declaraciones de Trump durante la campa-
ña, y posteriormente las de los miembros de su
gobierno como Tillerson o Mattis, dibujan un
panorama muy confuso en cuanto a las verda-
deras intenciones de la nueva administración en
Oriente Medio. Los mensajes lanzados hasta
ahora por Trump no permiten siquiera hablar de
un plan general para la región. A pesar de ello,
parece claro que se producirá un intento de giro
estratégico hacia la región, que apunta a una
serie de divergencias con la posición mantenida
por la UE hasta el momento, y que podrían
agravar la fractura transatlántica. La primera de
ellas es Siria. Aquí la dificultad estriba en que la
nueva Administración Trump habrá de compati-
bilizar el objetivo de derrotar a Daesh y al resto
de facciones yihadistas, con la estabilización del
país árabe, hoy bajo control de un Al Assad apo-
yado por Rusia. Pero para la UE la estabilización
de Siria pasa por un acuerdo nacional de transi-
ción política que establezca un futuro sin Al
Assad e incluya democratización, reforma cons-
titucional, y descentralización territorial. Las
Conclusiones del Consejo Europeo de diciembre
de 2016 estuvieron en la línea de lo propuesto
en las sucesivas Cumbres de Ginebra (I y II), y de
todas las resoluciones del Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas que cuentan con el apoyo
de la UE.
En cuanto al conflicto israelí-palestino, la op-
ción elegida por Trump se apartaría de la vía
multilateral y legalista defendida por la UE. Se
trataría de forzar una nueva negociación entre
las dos partes a partir de un traslado de la em-
bajada de Washington a Jerusalén, en una