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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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Seguridad: el vínculo de la Alianza Atlántica

Durante la campaña electoral, el candidato

Trump había declarado “obsoleta” la OTAN,

amenazando con desengancharse de sus com-

promisos con la Alianza. La OTAN vendría a ser

una organización que no sirve a los intereses de

EE. UU.: ineficaz en la lucha antiterrorista, y de

un alto coste económico para EE. UU. (que,

pese a representar menos de la mitad del PIB

agregado de la organización, contribuye aproxi-

madamente con el 75 % del gasto militar). Más

tarde, la 53.ª Conferencia anual de Seguridad

de Múnich de 17 y 18 de febrero haría las veces

de termómetro de las relaciones transatlánticas.

Los discursos del vicepresidente Mike Pence y el

secretario de Defensa James Mattis emplearon

un tono tranquilizador que se distanciaba nota-

blemente de la agresividad exhibida por el pre-

sidente hasta el momento. Ambos se refirieron

a la OTAN reafirmando la centralidad del víncu-

lo transatlántico a la vez que instaban a los so-

cios a cumplir el objetivo de gasto del 2 % esta-

blecido en la cumbre de Gales de 2014. La

canciller alemana Merkel, por su parte, afirmó la

importancia del multilateralismo y de la OTAN,

el compromiso alemán de alcanzar el objetivo

de gasto, y la complementariedad de la OTAN y

una Europa de la Defensa. Un esquema donde

el Reino Unido tendría que buscar su nuevo lu-

gar entre Bruselas y Washington para continuar

con su papel protagonista en la Alianza. En la

Conferencia de Munich quedó claro que la

Administración Trump considera la Alianza más

como un instrumento para la lucha contra el

terrorismo transnacional que como un instru-

mento disuasorio frente a la Rusia de Putin, en

claro contraste con las aspiraciones de los paí-

ses bálticos y Polonia. Los anunciados encuen-

tros de Trump con los líderes chino Xi Jin Ping y

ruso Vladimir Putin irían despejando el nuevo

panorama estratégico de cara a la Cumbre de

OTAN del 25 de mayo.

Posibles divergencias en Oriente Medio

Las declaraciones de Trump durante la campa-

ña, y posteriormente las de los miembros de su

gobierno como Tillerson o Mattis, dibujan un

panorama muy confuso en cuanto a las verda-

deras intenciones de la nueva administración en

Oriente Medio. Los mensajes lanzados hasta

ahora por Trump no permiten siquiera hablar de

un plan general para la región. A pesar de ello,

parece claro que se producirá un intento de giro

estratégico hacia la región, que apunta a una

serie de divergencias con la posición mantenida

por la UE hasta el momento, y que podrían

agravar la fractura transatlántica. La primera de

ellas es Siria. Aquí la dificultad estriba en que la

nueva Administración Trump habrá de compati-

bilizar el objetivo de derrotar a Daesh y al resto

de facciones yihadistas, con la estabilización del

país árabe, hoy bajo control de un Al Assad apo-

yado por Rusia. Pero para la UE la estabilización

de Siria pasa por un acuerdo nacional de transi-

ción política que establezca un futuro sin Al

Assad e incluya democratización, reforma cons-

titucional, y descentralización territorial. Las

Conclusiones del Consejo Europeo de diciembre

de 2016 estuvieron en la línea de lo propuesto

en las sucesivas Cumbres de Ginebra (I y II), y de

todas las resoluciones del Consejo de Seguridad

de Naciones Unidas que cuentan con el apoyo

de la UE.

En cuanto al conflicto israelí-palestino, la op-

ción elegida por Trump se apartaría de la vía

multilateral y legalista defendida por la UE. Se

trataría de forzar una nueva negociación entre

las dos partes a partir de un traslado de la em-

bajada de Washington a Jerusalén, en una