ESTADOS UNIDOS Y EUROPA: FIN DE ETAPA
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cambiando de manera fundamental, tanto por
el lado de un Estados Unidos que no cree en el
proyecto de la Unión Europea, como por una UE
dividida que no termina de creer en sí misma.
Estamos asistiendo a un fin de etapa donde el
patrón de relaciones entre EE. UU. y Europa des-
de la posguerra hasta hoy que ha regido duran-
te siete décadas muestra signos de agotamien-
to. Con el cambio de administración, el interés
estratégico de EE. UU. hacia Europa como actor
destacado en la globalización ha disminuido
mientras que la fractura de la UE amenaza con
convertirse en un factor de desestabilización
global. A pesar de que los vínculos económicos,
políticos y sociales continuarán siendo muy es-
trechos entre ambas orillas, la mayoría de los
principios sobre los que se asentaba la relación
–mercados abiertos, libertades y derechos, la
Alianza Atlántica como paraguas de seguridad
norteamericano, una relación privilegiada res-
pecto a otros actores– podrían sufrir serias alte-
raciones. En realidad, por un tiempo indetermi-
nado, con independencia de las políticas
concretas de EE. UU., la sola presencia de Trump
en la Casa Blanca continuará haciendo las veces
de “sexta columna” de los populistas xenófo-
bos en suelo europeo.
Para Europa, el nuevo posicionamiento de
EE. UU. tiene un impacto claramente negativo
principalmente en lo que tiene que ver con la
ruptura con el multilateralismo de la
Administración Obama y su sustitución por un
enfoque bilateral. Ello supone un golpe frontal a
la posición de la UE favorable a los marcos mul-
tilaterales, tal y como queda plasmado en la
Estrategia de Seguridad Global de la Alta
Representante Mogherini, con Naciones Unidas
como marco de referencia donde se han podido
concretar el acuerdo de París de cambio climáti-
co o el acuerdo nuclear de Irán. La relevancia
global de Europa quedaría de este modo en
entredicho. En el peor de los casos, no hay que
descartar que en el futuro inmediato este distan-
ciamiento dé lugar a tensiones o enfrentamien-
tos en asuntos críticos para ambos, desde el co-
mercio o la política monetaria hasta Ucrania.
Los difíciles procesos electorales de 2107 po-
nen a prueba el proyecto europeo y dibujan un
panorama inestable a corto plazo. A pesar de la
difícil coyuntura, sin embargo, no puede descar-
tarse algún aspecto potencialmente positivo, si
las renegociaciones de la Administración Trump
en varios frentes consiguen desatascar algunos
diálogos con Rusia o China. Ello comportaría,
por ejemplo, la renuncia de EE. UU. a conducir
en lo sucesivo “guerras imperiales”; un mejor
entendimiento con Rusia y avances en la pacifi-
cación de conflictos en Ucrania o Siria; o una
revisión de los futuros mega acuerdos comercia-
les (una vez descartados el TPP y TTIP) en clave
de mayor protección social. Incluso otras deriva-
das: para Europa, la “retirada” de EE. UU. de
América Latina y del Pacífico podría abrir opor-
tunidades de una mayor presencia política y em-
presarial. Pero por encima de todo, un patrón o
debilitamiento de la OTAN podría estimular una
mayor integración en defensa y seguridad y a la
postre una mayor autonomía europea.
Está por ver qué tipo de respuesta a Trump
se impondrá en la UE, y qué impacto tendrá una
“doctrina Trump” en las relaciones transatlánti-
cas. En todo caso, cabe esperar un periodo tur-
bulento de reajustes al menos hasta las eleccio-
nes
mid-term
al Congreso de noviembre de
2018. Parece claro que EE. UU. y la UE continua-
rán siendo mutuamente necesarios, si bien de
otra manera diferente a la del pasado reciente,
y eso es algo a lo que los dos tendrán que acos-
tumbrarse.