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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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libertad de circulación de personas. Es frustran-

te contemplar un acuerdo cuyo objetivo es di-

ficultar el ejercicio de una libertad fundamental

europea, un acuerdo que sin duda tendrá se-

cuelas y que con alta probabilidad será replicado

en otros Estados miembros.

El acuerdo alcanzado en el Consejo Europeo

no contribuye a preservar la naturaleza de la UE

ni a reforzar sus libertades y principios en una

materia tan sensible como los derechos de los

trabajadores que se desplazan, probablemente

uno de los colectivos de ciudadanos más vulne-

rables de la UE.

Con todo, el acuerdo, a pesar de su simbolis-

mo claramente contrario a los fundamentos eu-

ropeos, es excesivamente técnico, y tal y como

se ha redactado y presentado probablemente

tenga poco efecto práctico sobre el resultado

del referéndum.

Desde una perspectiva británica, poco cam-

bia la cuestión porque la percepción de lo que

implica y significa la pertenencia al UE es muy

superior a lo que el acuerdo contempla. El

Brexit

no depende de la percepción acerca del éxito

o fracaso de una negociación en Bruselas. El

único debate posible, el de dar respuesta a los

partidarios del

Brexit

con argumentos claros de-

fendiendo las ventajas de la permanencia no se

ha producido y quizás ya sea demasiado tarde

para ello.

Cronología y hechos

El referéndum sobre la continuidad dReino

Unido en la UE no formaba parte de la agen-

da inicial del primer ministro David Cameron,

menos aún durante su primera legislatura de

gobierno en coalición con los europeístas libe-

ral-demócratas de Nick Clegg, aunque lo pro-

pusiera formalmente en el ecuador de la misma

en su discurso del 23 de enero de 2013. Sin

embargo, la debilidad de David Cameron fren-

te al ala más euroescéptica de su partido, el

Partido Conservador –

Tory

–, hizo que decidiera

que la única manera de gestionar su relación

con esa parte de su partido era convocando el

referéndum. Su indefinición al respecto, “es la

hora de que los británicos digan su opinión”,

ha sido patente. “Es la hora de dejar clara esta

cuestión en la política británica”, afirmó en el

citado discurso, “y cuando llegue el momento

de elegir, tendréis una elección importante so-

bre el destino de nuestro país”, añadió, calcu-

lada ambigüedad que fue interpretada como la

asunción pública de la debilidad de su liderazgo.

Con ello, David Cameron también pretendía ce-

rrar esa disputa para siempre, o al menos por

un considerable periodo de tiempo –como hizo

con la cuestión escocesa y el otro referéndum–,

para evitar futuras divisiones en el seno de los

conservadores y blindar su partido frente a la

amenaza que constituye el UKIP. Una decisión

no solo arriesgada sino también irresponsable,

porque ninguna alternativa resuelve realmente

la cuestión, si triunfase el “sí” –

Bremain

– a la

permanencia es difícil imaginar el más mínimo

apaciguamiento de las filas euroescépticas, y

si ganara el “no” a la permanencia, las conse-

cuencias serían trágicas para Reino Unido eco-

nómica y políticamente –se reabriría la cuestión

escocesa– y para una UE que ya tiene bastantes

problemas como para permitirse además un

abandono británico.

Pero David Cameron prometió el referén-

dum pese al rechazo de sus entonces socios li-

beraldemócratas en el Gobierno, y siendo cons-

ciente de que con ello asumía públicamente la

debilidad de su liderazgo. Nunca sabremos si el

anuncio del referéndum tan pronto como en

2013 se hizo desde la confianza o al menos la

inconfesable esperanza de que la necesidad de