EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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no han variado las constantes del marco productivo y no se ha recuperado
la situación del empleo. Europa no ha vuelto a las cifras macroeconómicas
de 2007 y está muy lejos de la
performance
de Estado Unidos, que aplicó
una política más agresiva y valiente.
Quizá lo peor de todo sea la gran cuestión de nuestro tiempo: la des-
igualdad. Es el símbolo de esta época. El crecimiento nominal de la eco-
nomía se ha repartido desigualmente entre clases sociales, entre regiones
y entre Estados, como analiza Dauderstädt. Los salarios se han deprimido,
la pobreza y la exclusión se han extendido, y el desempleo es la lacra par-
ticularmente dolorosa del sur de Europa.
Hay que reconocer que la UE no tiene medios para abordar este proble-
ma, porque las políticas sociales están en manos de los Estados. La UE no
tiene una naturaleza social, y en los momentos tan difíciles como los que
vivimos, se echa de menos. Tampoco tiene el instrumento del poder tri-
butario que es clave para la recuperación. Los paraísos fiscales siguen ahí,
algunos en el corazón de Europa, y la armonización fiscal sencillamente
no existe. Lo que hay es
dumping
fiscal, especialmente en el impuesto de
sociedades. Irlanda es ejemplo clamoroso de ello.
Esta impotencia de acción económica en el nivel europeo, salvo para
controlar los déficits públicos, se confronta con uno de los objetivos hipo-
téticos de toda unión política, como es la cohesión social. La degradación
de esta es, a la vez, la deslegitimación de las estructuras políticas que
deberían hacerla posible.
Cuando no habíamos salido de la crisis, nos ha caído encima un fenó-
meno que ha mostrado, de nuevo, las carencias de la UE. Es la mal llamada
“crisis de los refugiados”, que no es de ellos sino de la incapacidad de
darle una salida europea.
Sabemos que el origen es la guerra de Siria, que dura ya más de cinco
años. Pero el momento más agudo y vergonzoso para la Europa de los
derechos humanos lo estamos viviendo en estos mismos momentos. Hasta
ahora, los millones de desplazados por la guerra o bien se quedaban den-
tro de las fronteras de Siria (ocho millones de personas), o bien se iban
a los campos de refugiados de Líbano, Jordania y especialmente Turquía
(cuatro millones). Esta situación ha terminado por explotar y centenares
de miles de personas se han encaminado a Europa. Con un sufrimiento
espeluznante en términos de personas ahogadas en el Mediterráneo y de
largas marchas en las que los niños y niñas se han llevado la peor parte.
Nunca antes se ha podido contemplar tan intensamente la dicotomía
en la UE: por un lado, los Estados miembros; por otro, las instituciones co-
munes de Bruselas. De nada han servido las admoniciones de la Comisión,