EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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no socialista (aunque no populista) de Portugal,
reivindicativa de esa soberanía desde siempre.
En países más centrales de la UE, ese discur-
so también ha hecho mella, como en los casos
de Alemania, Francia o Italia, por el crecimiento
del paro o por la precarización del empleo.
En alguno de esos Estados y en otros muy
desarrollados –países nórdicos, Finlandia,
Holanda, etc.– se ha añadido un sentimiento
egoísta de parte de la población, que se niega
a compartir el bienestar con quienes no consi-
deran como nacionales, es decir, con la inmi-
gración.
En otras palabras, 2015, aun siendo conside-
rado como un año de salida de la crisis, ha se-
guido registrando bajas tasas de crecimiento, un
fuerte desempleo (en torno al 11 % en la euro-
zona) y un amplio empleo temporal que han
servido de caldo de cultivo para el crecimiento
del populismo y favorecido el euroescepticismo.
Los detonantes (II): los refugiados
2015 será recordado en la UE como el año de la
crisis de los refugiados. La incapacidad de la UE
para gestionarla ha provenido de la imposibili-
dad internacional para poner fin a la guerra en
Siria, de la falta de previsión para calcular las
oleadas humanas que esta provocaría, de la ca-
rencia de medios para afrontarla y de la insoli-
daridad de los Estados miembros para asumir
los costes de hacerlo en consonancia con los
valores europeos.
En esta crisis, además, estamos hablando de
qué fue primero, si el huevo o la gallina. Es de-
cir: de si los gobiernos de los Estados miembros
adoptaron una posición nítidamente insolidaria
frente al flujo de refugiados y con ello provoca-
ron el crecimiento del discurso populista, racista
y xenófobo, o de si adoptaron esa postura por
la previa existencia en sus países de tales co-
rrientes de intolerancia, a fin de adelantarse a la
crítica de las mismas, consiguiendo precisamen-
te el efecto contrario: reforzarlas y asumir parte
de su razonamiento.
Sea como fuere, está claro que en buena
parte de los países miembros de la UE el nacio-
nalismo y el populismo de la derecha extrema y
de la extrema derecha se ha alimentado directa-
mente de la crisis de los refugiados y de los erro-
res de los gobiernos al encararla. Algo que, de
no mediar remedio, seguirán haciendo durante
2016. La crisis de los refugiados ha jugado un
papel añadido en los posicionamientos de mu-
chos partidos europeos al espacio que ocupaba
ya desde hace años la inmigración y muy espe-
cialmente la que proviene por vía marítima del
Mediterráneo.
El cierre de fronteras entre muchos estados
miembros, la construcción de muros (como el
levantado por Hungría a lo largo de 175 kilóme-
tros con Serbia), la puesta en cuestión de
Schengen, las discusiones vergonzantes y la ci-
catería sobre las cuotas de refugiados a aceptar
en cada país, el desenganche de casi todos los
nuevos socios comunitarios de su responsabili-
dad frente al problema o, en fin, la apelación a
la homogeneidad étnica o religiosa para justifi-
car tal aproximación al problema, han sido en
2015 un magnífico combustible para los parti-
dos que encuentran en el miedo y la frase grue-
sa su mejor programa electoral.
En ese sentido, cabe señalar las enormes di-
ficultades políticas experimentadas por la canci-
ller alemana, Ángela Merkel, al tratar de res-
ponder a la situación con una política de puertas
abiertas que, ante todo, ha puesto de manifies-
to –como las decisiones de otros muchos prime-
ros ministros– una increíble tendencia al sálvese
quien pueda de los Estados miembros tras se-
senta años de construcción comunitaria.