LA INNOVACIÓN DIGITAL PRECISA EL ESTADO DE BIENESTAR
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cierta seguridad, la pregunta que debemos ha-
cernos a largo plazo es: ¿qué pautas debemos
seguir para diseñar un programa de protección y
seguridad social desligado del trabajo y cómo
podemos implantarlo a nivel europeo, integrán-
dolo en el marco de la legislación de la UE?
Sanidad y asistencia social
La digitalización también está transformando
los sistemas de sanidad y atención social, que
suelen ser una de las principales fuentes de em-
pleo. Los servicios digitales han hecho su apari-
ción en el mercado y ya empiezan a monitorizar
nuestro comportamiento: aplicaciones que
cuentan nuestros pasos, accesorios que miden
nuestra presión sanguínea, medicación y estado
de salud y que guardan estos datos en registros
médicos electrónicos. Si bien la medicina perso-
nalizada tiene el potencial de ofrecer soluciones
óptimas, preocupa que terceros (empleadores,
por ejemplo) puedan hacerse con estos datos.
Por eso resulta esencial que su dueño sea el pro-
pio paciente. Por desgracia, esto no ocurre a
menudo y los pacientes suelen ser los titulares,
pero no los dueños de estos datos (es decir, a
menudo tienen pleno acceso a ellos, pero la in-
formación es propiedad de médicos, hospitales
y centros sanitarios varios). Puesto que los cibe-
rataques son cada vez más comunes, es proba-
ble que temas como la protección y seguridad
de los datos forme muy pronto parte de la
agenda política de muchos países (especialmen-
te tras la entrada en vigor del Reglamento
Europeo de Protección de Datos el 25 de mayo
de 2018).
Esta es una de las caras de la digitalización.
La otra es una mejor calidad de vida gracias a
unos servicios de atención sanitaria más perso-
nalizados, incluso en zonas rurales y con poca
población que cuenten con una infraestructura
digital apropiada (como Dinamarca, Finlandia,
Suecia, Estonia o Escocia). De hecho, la digitali-
zación sanitaria ofrece múltiples posibilidades.
Por ejemplo, puede reducir la documentación y
facilitar los trámites burocráticos (con el consi-
guiente ahorro de costes), agilizar los exámenes
y pruebas, mejorar el diagnóstico, la preven-
ción, los tratamientos y la medicación, ayudar a
conectar a pacientes con profesionales sanita-
rios o cuidadores no titulados (reduciéndose el
coste de atención social) y optimizar los proce-
sos y reducir las listas de espera (dando a los
centros más tiempo para atender a los pacientes
presenciales).
Para usar las tecnologías digitales es necesa-
rio tener unas habilidades básicas que permitan
al usuario sacarles el máximo partido a las nue-
vas funcionalidades. Dicho esto, para que los
ciudadanos se interesen de verdad por estos
avances, tienen que ser plenamente conscientes
de las ventajas que conllevan y entender cómo
estos mejoran su día a día. Si los ciudadanos no
están lo suficientemente preparados para esta
digitalización y no cuentan con los conocimien-
tos básicos necesarios, esta tecnología no alcan-
zará su máximo potencial (ni en lo que a co-
nexiones de Internet o a servicios sanitarios
respecta). Tomemos el ejemplo de Italia y
Estonia. Resulta interesante observar que en los
países con una fuerte administración y en los
que se ha intentado gestionar la digitalización
mediante grandes proyectos y un enfoque des-
cendente son aquellos en los que más se debate
sobre innovaciones a pequeña escala. Los pro-
blemas que han sufrido Alemania y Reino Unido
a la hora de proteger los datos de sus pacientes
o de llevar registros efectivos (véase el reciente
escándalo de la seguridad social británica [NHS])
son particularmente llamativos. Por otro lado,
los países descentralizados (Italia o España, por