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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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Constitución que restableció la democracia en

ese país en 1978.

Contra la opinión de las fuerzas política ma-

yoritarias de España y sin contar ni siquiera con

la mayoría del electorado en los comicios de

septiembre de 2015, proclamados plebiscitarios

por los independentistas, los nacionalistas extre-

mos de Cataluña han tratado de abrir un proce-

so hacia la independencia que en pocos meses

ha vivido un sinfín de vicisitudes y cuyo desarro-

llo es completamente incierto.

Es preciso señalar que el independentismo

catalán tiene poco que ver con el escocés, tal y

como los portavoces de este último se han apre-

surado a señalar y subrayar enfáticamente.

En efecto, el catalán busca la ruptura unila-

teral con la democracia española, mientras que

el escocés lo planteó a través de un referéndum

legal pactado con el gobierno británico que, fi-

nalmente, perdió. Además, preexisten diferen-

cias jurídicas e históricas, como el hecho de que

el Reino Unido no tenga una constitución escri-

ta y, por tanto, no delimite nada respecto a la

posibilidad de autodeterminación, o que Escocia

fuera independiente durante siglos hasta 1707,

lo que no fue nunca el caso de Cataluña.

Por supuesto, en 2015 siguen existiendo

tendencias y pulsiones nacionalistas de carácter

independentista en otros territorios de los esta-

dos miembros de la UE: Bélgica, Francia o Italia

son algunos ejemplos. Pero en todos los casos

de forma templada y sin objetivos a corto plazo.

Nada que ver con la situación en Cataluña.

Lo más relevante de la misma en relación a

la UE es que ha obligado a esta a pronunciarse

en el único sentido que podía hacerlo: la inde-

pendencia unilateral en la UE es imposible, en-

tre otras razones porque el Tratado de Lisboa

contiene el Artículo 4 (incluido por la Convención

en la Constitución Europea y que ha permane-

cido literalmente en el tratado) que obliga a

Bruselas a respetar la organización constitucio-

nal y territorial de los Estados miembros.

En consecuencia, los independentistas cata-

lanes se han topado en el rechazo europeo con

el que ha sido probablemente el mayor argu-

mento en contra de su proyecto separatista. Una

“jurisprudencia” política que servirá en el futuro

de aviso a navegantes para aventuras similares.

No hay duda, volviendo al Reino Unido, de

que el nacionalismo escocés retomará su pro-

yecto independentista si el referéndum sobre la

permanencia británica en la UE arrojase un re-

sultado negativo. En ese caso, el cambio de si-

tuación en el país sería de tales consecuencias

que Londres tendría que aceptar un nuevo refe-

réndum que, con toda seguridad, daría esta vez

un resultado favorable al sí.

En realidad, el caso del Reino Unido podría

considerarse como una suerte de nacionalismo

trufado de euroescepticismo, si tenemos en

cuenta los argumentos populistas defendidos

por los partidarios de su salida de la UE, entre

los que se encuentran el UKIP y buena parte de

los conservadores. El referéndum del 23 de ju-

nio de 2016, tras los acuerdos alcanzados por

Bruselas con Londres, será un momento clave

para comprobar si los sectores favorables a la

permanencia en la UE son capaces de imponer-

se al discurso antieuropeo.

Pero también hay otro tipo que se ha mani-

festado en la UE a lo largo del 2015: el promo-

vido por el discurso de las fuerzas populistas

frente a Bruselas.

De Tsipras en Grecia a Orbán en Hungría,

pasando por Kaczynski en Polonia y Marine Le

Pen en Francia, los partidos extremistas han tra-

tado de contraponer la soberanía nacional de

sus países a las decisiones de la UE como argu-

mento recurrente, presentando a la UE como un

sujeto exterior que se inmiscuye en las decisio-

nes de cada país de forma inaceptable, sea para