

EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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efectos positivos generados por una deprecia-
ción adicional del euro.
En este contexto, la Unión Europea y en par-
ticular los países de la zona euro deben reaccio-
nar porque la unión económica y monetaria
(UEM) sigue presentando preocupantes debili-
dades. A pesar del BCE, el crédito no llega en
igualdad de condiciones en la zona euro, siendo
mucho más difícil todavía financiarse en los paí-
ses del sur que en los del norte. El imprescindi-
ble compromiso con la inversión y con el impul-
so de la productividad y competitividad para
poder generar empleo sostenible y de calidad
no están obteniendo respuesta de los gobier-
nos, a pesar de las buenas palabras de la mayo-
ría de los actores políticos y económicos. La aus-
teridad ha hecho mucho daño en las partidas de
las que depende la competitividad a medio y
largo plazo –el gasto corriente u otros gastos
han sufrido menos comparativamente–, muy
especialmente en los países del sur del euro y
del Mediterráneo. El estancamiento de Francia y
la situación del sector bancario en Italia, por
ejemplo, son preocupantes, mientras que Grecia
no consigue recuperarse no ya de la crisis, sino
incluso de las propias medidas aplicadas con
posterioridad a la misma, víctima de la sobredo-
sis de austeridad. En países como España el es-
tancamiento de los salarios y la precariedad la-
boral con porcentajes desconocidos de familias
al borde la pobreza, mientras que el número de
“trabajadores pobres” aumenta y la deuda pú-
blica y privada apenas se reducen, no conforman
la mejor receta para garantizar un crecimiento
sostenido que permita reforzar la debilitada co-
hesión social. Economías como la española no
pueden apostarlo todo a sectores estratégicos
como el turismo o el exportador, que dependen
de la coyuntura global y de elementos geopolíti-
cos, mientras aumentan la desigualdad y pobre-
za domésticas que acabarán repercutiendo en el
ya debilitadísimo potencial de crecimiento de la
demanda interna, y mientras no se invierte lo
suficiente en educación ni en nuestros parados
ni en la competitividad de las empresas –I+D+i,
digitalización, aumento de dimensión…–.
La zona euro necesita instrumentos de política
fiscal
La asimetría de realidades entre el norte y el sur
de la zona euro pone en evidencia la inexisten-
cia de instrumentos de política económica que
permitan acometer simultáneamente proble-
mas distintos. La política monetaria no puede
hacerlo, la fiscal sí podría, pero “el norte” sigue
empeñado en bloquear cualquier alternativa
que permita reactivar la inversión y la demanda
en un sur duramente castigado por las conse-
cuencias de la crisis. España, por ejemplo, toda-
vía no ha recuperado el PIB previo a la misma, el
de 2007, y cuando lo haga este año, diez años
después, lo hará con un mapa de empleo y co-
hesión social muy distinto al de entonces. Habrá
peor empleo, más precario y peor pagado, en
una sociedad más desigual, con inmensas bol-
sas de ciudadanos al borde de la pobreza y sin
expectativa alguna de mejora en sus proyectos
vitales –trabajadores precarios, parados mayo-
res de 45 años, jóvenes sin formación–.
Esa disparidad exige inversiones, transferen-
cias monetarias, políticas contracíclicas localiza-
das y adaptadas a las necesidades específicas
–paro de larga duración, baja cualificación–,
algo a lo que la UE por ahora sigue renunciando.
Agenda económica europea
La legislatura europea que comenzó en el vera-
no de 2014 ya ha alcanzado su ecuador, y ya es