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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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constatación de las diferencias –en inmigración

o comercio– pero también una voluntad de en-

tendimiento por ambas partes.

Una nueva agenda de incertidumbres

Proteccionismo: un comercio “equilibrado”

En el ámbito económico, los posibles efectos

para Europa de las políticas de la nueva

Administración Trump no están claros todavía.

Por un lado, un repliegue proteccionista depri-

miría la economía y tendría efectos negativos

sobre el empleo en ambos lados. También, una

nueva crisis del euro ante la indiferencia esta-

dounidense podría tener consecuencias destructi-

vas para la economía mundial, muy principalmen-

te la de EE. UU. De otro lado, paradójicamente, la

previsible subida de los tipos de interés por parte

de la Reserva Federal para contener las tenden-

cias inflacionistas derivadas de un aumento del

gasto militar y de infraestructuras como el pro-

yectado por Trump, podría presionar a la zona

del euro –a Alemania principalmente– a una

sustitución de las políticas de austeridad por

una política paneuropea de estímulo y a un ma-

yor crecimiento.

De momento, la parte estadounidense ha

dejado clara su intención de reescribir las reglas

del comercio y los acuerdos firmados por EE. UU.

hasta la fecha, por considerarlos contrarios a sus

intereses. Así ocurrió en el foro de Davos (Suiza)

de enero de 18 y 19 de enero de 2017, como

también en el la reunión de ministros de econo-

mía y bancos centrales del G20 celebrada justo

dos meses más tarde en Baden-Baden (Alemania)

y en la que participó el secretario del Tesoro,

Steven Mnuchin. A pesar de una retórica positiva

en favor del comercio, la declaración final del G20

excluyó de manera muy significativa cualquier

referencia al “libre” comercio y evitó condenar

el proteccionismo (Mnuchin defendió en su lu-

gar un comercio “equilibrado”). También se

omitió cualquier referencia al alineamiento con

los objetivos medioambientales fijados en la

Conferencia del Clima de París.

Respecto al TTIP, una vez constatado su blo-

queo en ambas partes negociadoras –en EE. UU.

ni siquiera formó parte del debate electoral–,

solo queda esperar que las negociaciones se re-

tomen más adelante y sobre otras bases diferen-

tes, como han manifestado varios líderes euro-

peos. De momento, la UE consiguió al menos

firmar un tratado “paralelo”, el Tratado de Libre

Comercio e Inversiones con Canadá (CETA), que

se suponía iba a servir de modelo para el TTIP.

Tras vencer primero las resistencias de la región

de Valonia (Bélgica), que había rechazado el

acuerdo en octubre de 2016, el Parlamento

Europeo lo ratificaba el 15 de febrero de 2017,

comenzando su aplicación provisional en abril,

a la espera de su ratificación definitiva por los

parlamentos nacionales (acuerdo mixto). La

evolución del tratado con Canadá podría resul-

tar relevante para una futura renegociación de

un tratado con EE. UU. sirviendo de test sobre

los asuntos que han hecho naufragar el TTIP.

Esto es, si en la práctica funcionan las cláusulas

de salvaguarda de Estados frente a inversores, si

se mantienen óptimos estándares laborales y

medioambientales, y si se establecen redes de

protección social y reciclaje para los sectores

“perdedores”. Por su parte, paralelamente al

proceso de replanteamiento del TTIP, el gobier-

no de Londres proyecta alcanzar un tratado co-

mercial bilateral con Washington para compen-

sar su salida de la UE, pero este no puede

firmarse hasta que Reino Unido salga formal-

mente del club comunitario; algo que podría

prolongarse más allá de marzo de 2019.