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ESTADOS UNIDOS Y EUROPA: FIN DE ETAPA

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Pactos bilaterales con Rusia y China

Como avanzábamos más arriba, las relaciones

transatlánticas muy probablemente se verán al-

teradas por el intento de la nueva administra-

ción estadounidense de efectuar un giro estra-

tégico mediante el cual Rusia dejaría de ser el

principal rival de EE. UU., un estatus que pasaría

a ocupar inmediatamente China. La potencia

asiática es la única que podría disputarle la pri-

macía económica y geopolítica cuando en algún

momento del siglo XXI su poder económico se

traduzca en capacidad militar e influencia políti-

ca global. El giro estratégico de EE. UU., condu-

cente a un nuevo reparto del mundo vendría a

conformar una especie de “nuevo Yalta” (1945)

o “nuevo Rejkiavick” (1986) donde se materia-

lice un entendimiento similar al de, respectiva-

mente, Roosevelt y Stalin, y Reagan y Gorbachov.

Trump intentaría apoyarse en Moscú no solo

para ganar un aliado en su lucha contra el auto-

denominado Estado Islámico (ISIS), o para una

pacificación en la frontera este de Europa, sino

fundamentalmente para debilitar a Beijing, en

un intento concertado de relativo aislamiento o

encapsulamiento de un competidor común a

EE. UU. y Rusia en Asia. Por su lado, Putin ob-

tendría ganancias en varios frentes: superando

definitivamente el relativo aislamiento ruso tras

su anexión de Crimea y la imposición de sancio-

nes; contrarrestando las presiones de la UE en

relación a Crimea y en favor de una apertura

democrática de Moscú; o haciéndose imprescin-

dible para la resolución de múltiples asuntos

(Irán, Siria o Ucrania). Una derivada de tal pacto

sería un cambio respecto a Ucrania: en lo sucesi-

vo EE. UU. ya no actuaría de firme garante de

Kiev frente a Moscú, lo que podría derivar a un

escoramiento de Ucrania hacia la órbita rusa,

mediante el levantamiento unilateral de las san-

ciones por parte de EE. UU. y una implementa-

ción más favorable a Moscú de los acuerdos de

Minsk II, especialmente sobre la autonomía de

la región del Dombás, próxima al Kremlin.

Respecto a China, habría un desmarque res-

pecto al

Asian pivot

de Obama: ahora se trataría

de lograr un gran pacto estratégico (

grand bar-

gain

) con el principal adversario, a partir del es-

tablecimiento de líneas rojas en torno a dos

asuntos: la política monetaria para reducir el

déficit comercial estadounidense, y el conflicto

regional en torno el mar del sur de China, como

partes deunmismo trato (

deal

). Paradójicamente,

la retirada del TPP, precisamente una iniciativa

norteamericana, restaría claramente influencia

a EE. UU. en el Pacífico en favor de China. Los

primeros movimientos de Trump, como su con-

versación telefónica con la presidenta de Taiwán

pocos días después de su victoria electoral; las

declaraciones en su comparecencia en el Senado

del secretario de Defensa Mattis sobre la actitud

de China en su mar meridional; o la visita de

este a Corea del Sur y Japón en febrero, pueden

considerarse como primeros escarceos tácticos

para marcar posiciones negociadoras.

Pues bien, para la UE, un escenario de ese

tipo, de grandes pactos bilaterales que no la to-

man en cuenta, se traduciría en un debilita-

miento de su posición y un claro riesgo de pér-

dida de autonomía. Respecto a Rusia, se

ahondaría aún más la brecha entre los socios del

Este (los Estados bálticos y Polonia) y el resto de

socios en torno a las relaciones con Moscú.

Respecto a China, una actitud beligerante de

Washington podría enrarecer innecesariamente

las relaciones económicas y políticas de Bruselas

y de las diversas capitales europeas con Beijing.