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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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histórico acuerdo con Irán para uso civil de la

energía nuclear: el Joint Comprehensive Plan of

Action (JCPOA) con presencia de la UE –el P5 + 1–

en julio de 2015, y se redoblan los bombardeos

a posiciones del autodenominado ISIS en Siria e

Irak por parte de la coalición de países liderados

por EE. UU., incluyendo los aliados europeos.

Sin embargo, esa situación de espera se fue

enrareciendo durante la campaña electoral nor-

teamericana, en la que se pone de manifiesto el

euroescepticismo de Trump, sus críticas a la

OTAN, sus devaneos con líderes populistas

como Nigel Farage (UKIP), y su apoyo al

brexit

,

y estalla definitivamente tras su triunfo y toma

de posesión como el presidente número 45 de

Estados Unidos. Las fuertes corrientes populis-

tas internas gestadas durante el mandato de

Obama, resultado del descontento de parte de

las clases medias más golpeadas por la globali-

zación (la deslocalización y la inmigración) en

estados del Medio Oeste y del Sur, llevaron a la

Casa Blanca a un

outsider

. Al final, las pulsiones

populistas y nacionalistas han terminado inva-

diendo el ámbito de la política exterior nor-

teamericana y por extensión muy especialmente

las relaciones con el principal socio de

Washington: la Unión Europea.

Transición abrupta: de Obama a Trump

A lo largo del último periodo Obama (2016-20

enero de 2017), el TTIP ya había sido suspendi-

do

sine die

tras quince rondas negociadoras

desde su impulso en 2013 por el entonces pre-

sidente de la Comisión Europea, José Manuel

Barroso, y el presidente Obama. La “muerte po-

lítica” del TTIP queda de manifiesto ya durante

las Convenciones Demócrata y Republicana de

julio de 2016, donde las bases de ambos parti-

dos se escoran mayoritariamente hacia un

rechazo de los tratados de libre comercio. Al

mismo tiempo, en Europa se hace evidente que

el clima creado por la crisis social y desempleo y

las resistencias de diversos gobiernos y parla-

mentos –empezando por Francia– harían impo-

sible una ratificación exitosa. Se produce así un

parón completo de un ambicioso megaproyecto

económico y geopolítico muy controvertido

que, a pesar de sus contraindicaciones, estaba

pensado para poner a EE. UU. y Europa en el

centro del mapa de las reglas comerciales y de

inversión del siglo XXI.

Pero el gran cambio que se perfila durante la

campaña electoral en EE. UU. y que se consuma

tras la victoria de Trump es de naturaleza estra-

tégica. La llamada “doctrina Obama” conside-

raba a Europa una pieza fundamental del “or-

den liberal”multilateral liderado por Washington

desde el final de la segunda guerra mundial.

Obama entendió a Europa menos como una

unión política en ciernes que como un apéndice

de la OTAN, con unos socios siempre bajo sos-

pecha de no cumplir con el compromiso estatu-

tario de llegar al 2 % de gasto en defensa. Pero,

aunque la interlocución política con Bruselas

tuvo hasta el final del mandato Obama un perfil

discreto, la relación vía OTAN no sufrió altera-

ciones. Por el contrario, más bien elevó su perfil

frente a la amenaza rusa: la Cumbre de la

Alianza Atlántica en Varsovia, el 8 y 9 de julio de

2016, fue de especial relevancia para materiali-

zar el compromiso de defensa mutua de EE. UU.

y de los socios europeos ante la percepción de

amenaza hacia Putin en el flanco oriental de

Polonia y los países bálticos. La cooperación

transatlántica se plasmó en Varsovia en un com-

promiso en varios frentes: la lucha conjunta

contra el autodenominado Estado Islámico

(ISIS); una mayor cooperación en Inteligencia; o

el despliegue de cuatro batallones de combate

rotatorios en los tres países bálticos y Polonia