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ESTADOS UNIDOS Y EUROPA: FIN DE ETAPA

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como disuasión frente a Moscú, un movimiento

respondido poco después con un refuerzo ruso

en los flancos occidental y sur y la instalación de

misiles Iskander y S400 en Kaliningrado. Pues

bien: toda esta dinámica se pondrá en cuestión

en el momento siguiente a la victoria de Trump.

Igualmente se rompe la sintonía transatlánti-

ca en torno a la agenda global del cambio cli-

mático y las energías limpias, alcanzada en el

Acuerdo de París de la Cumbre del Clima de

Naciones Unidas (COP21) en diciembre de

2015. Dicho acuerdo comprometía a EE. UU.

con el giro hacia las energías renovables y la lu-

cha contra el calentamiento global, abriendo

nuevas dinámicas geopolíticas –derivadas de la

“maldición de los hidrocarburos”– y nuevas vías

de liderazgo para EE. UU. El propio Obama ha-

bía promulgado una Ley de Energías Renovables

que fue recurrida por varios estados de signo

republicano al Tribunal Supremo, y que queda-

ría paralizada a la espera del reemplazo del des-

aparecido juez conservador Antonin Scalia.

La posibilidad de una nueva gran ruptura en-

tre EE. UU. y la UE –mucho más profunda aún

que la ocurrida en 2003 con ocasión de la gue-

rra de Irak bajo la Administración de George W.

Bush– fue tomando forma durante los primeros

cien días de la Administración Trump. El ascenso

al poder por primera vez en la historia de EE.

UU. de un presidente populista y de tintes xenó-

fobos tenía que tener forzosamente un impacto

en las relaciones con Europa. Durante la campa-

ña electoral, Trump había manifestado un gran

desconocimiento y desinterés respecto a la inte-

gración europea y el papel histórico de EE. UU.

en la misma. Así, había calificado en una oca-

sión a la UE de “competidor comercial”, y había

dirigido palabras muy duras contra los pilares de

la UE o la política migratoria de la canciller ale-

mana Ángela Merkel.

En el ámbito doméstico, los continuos en-

frentamientos con los grandes medios de comu-

nicación –del

New York Times

hasta el

Washington Post

, la CNN o la Fox– y los amagos

de cambiar las reglas de juego en el Congreso

se perfilaron como una amenaza al credo liberal

consagrado en la Constitución norteamericana

de 1776, y crearon una gran alarma en Europa.

Desde el propio discurso de toma de posesión

del presidente el 20 de enero de 2017 en

Washington, queda claro que una apuesta por

el proteccionismo y un desprecio del multilate-

ralismo, que hacen presagiar una cierta desglo-

balización, además de múltiples tensiones con

otros gobiernos –aliados y adversarios– y orga-

nismos multilaterales (Naciones Unidas, OTAN).

Pronto, el movimiento de EE. UU. despierta te-

mores en Europa de un mundo más fragmenta-

do, con un retroceso en las dinámicas de la in-

tegración regional que se extienden en Europa,

América Latina y Asia y Pacífico, donde muy

pronto EE. UU. se retira unilateralmente del

Tratado Transpacífico (TPP) firmado junto a otros

once países.

En el paso de una administración a otra, se

produce un brusco giro de una radicalidad sin

precedentes. El nuevo gobierno exhibe unos

principios políticos, una agenda, y, a la postre,

una estrategia diametralmente opuesta, que se

va perfilando como la doctrina Trump. EE. UU.

anuncia lo que puede considerarse un giro es-

tratégico de ciento ochenta grados respecto a

las alianzas tradicionales de EE. UU. en Europa

(OTAN) y el Pacífico (Japón y Corea del Sur), la

relación con Rusia y China o la gobernanza glo-

bal en asuntos como el comercio, el terrorismo,

las migraciones, o el cambio climático. Trump se

ratificó en su idea no tanto de una retirada (

re-

trenchement

) de EE. UU. en el sentido de un

nuevo aislacionismo, como en llevar a cabo gran-

des pactos (

grand bargain

) con otras grandes