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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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potencias, principalmente Rusia y China, y even-

tualmente con países europeos, otras potencias

regionales y economías emergentes, en lo que

vendría a ser un nuevo reparto del mundo. Esa

red de acuerdos daría lugar a un nuevo escena-

rio favorable a los intereses de EE. UU. (

a better

deal

), y se traduciría en un menor intervencio-

nismo de EE. UU. y en un mayor reparto de las

cargas (

burden-sharing

) de seguridad.

A la convulsión inicial hay que añadir las di-

ficultades de llevar a cabo una política coheren-

te –y menos aún una auténtica estrategia– por

parte de un presidente sin experiencia política

previa. Es el caso de las visiones aparentemente

contrapuestas del Trump y de algunos miem-

bros de su gobierno, como el consejero de

Seguridad Nacional, Michael Flynn –dimitido al

poco por sus vínculos con el gobierno ruso–, el

secretario de Estado, Rex Tillerson, o el secreta-

rio de Defensa, James Mattis, en relación a

Rusia, la OTAN, China, Oriente Medio o Irán,

puestas de manifiesto durante las sesiones de

confirmación en el Senado. Las primeras medi-

das de la Casa Blanca apuntan a un final del

paradigma en política exterior y de seguridad de

EE. UU. de las últimas siete décadas: el del libre

comercio y la promoción de la democracia occi-

dental. El

America first

(América primero) viene

a romper consensos bipartidistas de setenta

años desde el fin de la segunda guerra mundial.

De esta manera, al hacer balance de sus prime-

ras semanas de mandato, en su primer

Discurso

sobre el estado de la Unión

del 28 febrero, el

presidente Trump pudo exhibir un récord de ini-

ciativas, si bien en gran medida de carácter re-

gresivo. Entre ellas, las órdenes ejecutivas para

reabrir las exploraciones de los oleoductos

Keystone XL y Dakota Access, la retirada del TPP,

las prohibiciones migratorias de seis países mu-

sulmanes, el compromiso de industrias como

Ford o General Motors para reinvertir en plantas

radicadas en EE. UU.; o el envío al Congreso de

las propuestas para levantar un muro en la fron-

tera con México, la renegociación del Tratado

de Libre Comercio con Canadá y México

(NAFTA); la bajada del impuesto de sociedades

a las grandes corporaciones norteamericanas, o

el anuncio de un plan de infraestructuras por

valor de un billón (europeo) de dólares.

Europa dividida y la sombra del

brexit

Por su parte, a lo largo de 2016 la UE vivía una

situación de relativa estabilidad y de contención

de los peores efectos de las crisis fiscal y migra-

toria. Sin embargo, esa calma era solo momen-

tánea, pues estaba alterada por varios elemen-

tos divisorios y perturbadores. Uno era la

percepción de inseguridad provocada por la

oleada de atentados terroristas en París en no-

viembre de 2015, y en Bruselas en marzo de

2016, que pusieron a Europa en situación de

máxima alerta. Otro era la situación económica

y social deficiente (bajo crecimiento, aumento

de la desigualdad e influencia creciente de las

fuerzas populistas xenófobas de Francia y

Holanda hasta Hungría o Polonia). Y, por enci-

ma de todo, el triunfo de la opción de salida de

la UE en el referéndum de 23 de junio de 2016

(por un ajustado 51,9 % frente a un 48,1 %),

que abría el largo y arduo periodo de negocia-

ciones del

brexit

. La consecuencia inmediata es

que Europa se rompe en dos mitades –una de

27 miembros, y la otra el propio Reino Unido–,

arrastrando a este a una larga crisis política e

institucional, del que la dimisión del primer mi-

nistro David Cameron y su reemplazo por la eu-

roescéptica Theresa May en Downing Street es

solo el comienzo. El 29 de marzo de 2017, tras

vencer las resistencias en el Parlamento y en

la Cámara de los Lores, la

premier

británica