

ESTADOS UNIDOS Y EUROPA: FIN DE ETAPA
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solicitaba formalmente al Consejo la activación
del Artículo 50 del Tratado de la UE para la sali-
da de Reino Unido.
Las fuertes turbulencias a un lado y otro lado
del Atlántico –brusco giro en EE. UU., división
en Europa– provocan que a comienzos de 2017
la relación transatlántica se plantee sobre bases
muy diferentes a las del pasado. Inevitablemente,
los primeros compases de la relación de la
Administración Trump con Europa registraron
fuertes tensiones plasmadas en varios episodios,
en una secuencia que abarca los tres primeros
meses de su mandato. La toma de posesión de
Trump había venido precedida de las visitas de
Nigel Farage (UKIP) y Marine Le Pen (Frente
Nacional) a la sede del presidente electo en la
Torre Trump y las posteriores felicitaciones por
su victoria, a las que se sumarían los gobiernos
de Jarosław Kaczynsky en Polonia y Víctor Orbàn
en Hungría, entre otros.
Por parte de Alemania, el país clave en la
nueva relación transatlántica, al poco de la toma
de posesión, la canciller Ángela Merkel lanzó
una señal de advertencia crítica al nuevo presi-
dente, insistiendo en la importancia de los valo-
res comunes de respeto a los derechos y liberta-
des. Más tarde, Merkel viajó a Washington el 19
marzo para establecer una primera toma de
contacto. Un clima de cierta frialdad quedó pa-
tente, pues si bien se acercaron posturas en tor-
no a OTAN –donde Merkel se comprometió a
cumplir el objetivo del 2 % en 2024 ya fijado en
la Cumbre de Gales (2014)–, permanecieron las
diferencias en torno a la Rusia de Putin, o a la
forma de abordar el déficit comercial norteame-
ricano respecto a Berlín, el cual asciende a
50.000 millones de dólares y es atribuido por
Washington a una política deliberada de Berlín
por mantener débil el euro. Por su parte, los pre-
sidentes francés François Hollande, y especial-
mente el español Mariano Rajoy, mantendrían
un tono más conciliatorio en sus primeras las
conversaciones telefónicas. En cuanto al Reino
Unido, en medio de una gran expectación, la
primera ministra británica May visitó la Casa
Blanca solo una semana después de la toma de
posesión de Trump, manteniendo un encuentro
con el mandatario estadounidense y una poste-
rior rueda de prensa. Aunque hubo sintonía en
cuanto al
brexit
, el encuentro evidenció diferen-
cias importantes de Londres respecto a la postu-
ra de su interlocutor en asuntos como el libre
comercio, la OTAN –que Londres considera
como una pieza central e intocable de la seguri-
dad–, la Rusia de Putin, o las medidas antiinmi-
gración propuestas por Trump. Con ello se abría
un serio interrogante acerca del futuro de la
“relación especial” renovada entre Washington
y Londres y se rebajaban las expectativas de un
“orden mundial anglosajón” alternativo.
Pero si los contactos bilaterales entre gobier-
nos estuvieron dominados por la incertidumbre,
la relación con Bruselas no ayudó a despejarlas.
La primera respuesta directa por parte de las ins-
tituciones europeas se produjo el 30 de enero
de la mano del presidente del Consejo Europeo,
Donald Tusk, por medio de una carta (
United we
stand, divided we fall
) dirigida a los 27 jefes de
Estado y de Gobierno de la UE, donde se califi-
caba la posición de Trump de “amenaza” a la
UE y se llamaba solemnemente a la unidad de
Europa y a dar un paso adelante en la integra-
ción. La tensión se elevó de nuevo cuando a
principios de febrero la Eurocámara pidió mayo-
ritariamente rechazar a Ted Malloch –un acerbo
crítico de la UE– como nuevo embajador de EE. UU.
ante Bruselas. Más tarde, como colofón a esta
primera fase de tanteo mutuo, la alta represen-
tante para Asuntos Exteriores y de Seguridad de
la UE, Federica Mogherini, visitó Washington,
siendo recibida el 10 de febrero por el secretario
de Estado Rex Tillerson, en lo que supuso una