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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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a regiones como California o Quebec. A partir

de aquí, en la hoja de ruta para los europeos fi-

gura una estrategia a nivel de la UE que permita

que los estados miembros hacer efectiva la do-

tación financiera comprometida en el marco de

sus planes nacionales para la reducción de gases

de efecto invernadero, el refuerzo de las alian-

zas con ciudades, estados, regiones y empresas

(muy especialmente en EE. UU.) o el incremento

de canales de influencia con Beijing para blindar

a China dentro del pacto.

Autonomía estratégica: Oriente Medio

La nueva actitud norteamericana de desapego

hacia Europa ha actuado como un revulsivo para

hacer despegar la Europa de la Defensa y la llama-

da Cooperación Estructurada Permanente, sim-

bolizada en la reunión de ministros de exteriores

y defensa convocada por la alta representante

Mogherini en noviembre de 2017. La dinámica

habitual de complementariedad y tensión dentro

de OTAN, y entre la UE y OTAN, se ha acentuado

como consecuencia de la exigencia norteamerica-

na de subir a un 2 % del PIB los presupuestos de

defensa en la Cumbre de la Alianza en mayo de

2017. Ello ha dado lugar a un cierto replantea-

miento en la línea estratégica propia de la UE.

Las implicaciones de una posible mayor au-

tonomía estratégica se han hecho sentir en mu-

chos frentes, y muy especialmente en relación a

Oriente Medio, una encrucijada geopolítica

donde convergen los intereses de múltiples ac-

tores, regionales (Israel, Turquía, Arabia Saudí o

Irán) y externos (Rusia y EE. UU.). El giro radical de

Trump respecto a la política de Obama en Oriente

Medio –favoreciendo a los gobiernos de aliados

tradicionales como Israel y Arabia Saudí– ha su-

puesto un reto para la UE, que sin embargo ha

sabido reaccionar adecuadamente, perseverando

en su línea estratégica propia. Por un lado, ha

hecho frente a las continuas amenazas de

Trump de retirarse del pacto nuclear con Irán de

junio de 2015 –un éxito de la diplomacia euro-

pea y del enfoque multilateral– y las sanciones

impuestas por Washington contra el régimen.

Otra ruptura importante con EE. UU. tiene que

ver con el conflicto Israel-Palestina. El anuncio

por parte de Trump en diciembre de 2017 de

reconocer Jerusalén como la capital de Israel –

contraviniendo las resoluciones de Naciones

Unidas y el consenso con Europa y la comuni-

dad internacional en este asunto– y de trasladar

su embajada a la Ciudad Santa, suscitó una crí-

tica inmediata de las instituciones comunitarias

y de las diversas cancillerías y puso de manifiesto

una brecha importante entre Bruselas y

Washington. Finalmente, está la progresiva reti-

rada de Siria y de Irak por parte de EE. UU. El

bombardeo de castigo el 13 de abril de 2018 de

instalaciones militares del regimen sirio de Al

Assad, como respuesta al ataque con armas

químicas en la ciudad de Duma, efectuado con-

juntamente por EE. UU., Reino Unido y Francia,

en un primer momento creó un espejismo de

posible retorno al multilateralismo por parte de

Washington. Sin embargo, resulta incierto si

esta acción conjunta tendrá continuidad y se

traducirá en algo consistente, más allá de la

repercusión mediática inmediata. La realidad

de fondo es que EE. UU. ha cedido espacios en

la región a favor de otras potencias como

Rusia, Irán o Turquía. Ello podría llevar a los eu-

ropeos –una vez más con el liderazgo de

Francia– a retomar el proceso de Ginebra para

una transición política y plantearse el incremen-

to de su presencia civil, militar, financiera, polí-

tica y diplomática.