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CRISIS DEL MULTILATERALISMO Y PROYECCIÓN EXTERIOR DE LA UE

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marzo de 2018. El mandatario norteamericano

retomaba una de sus promesas centrales duran-

te la campaña electoral, anunciando, en nom-

bre de la “seguridad nacional”, la imposición

unilateral de fuertes aranceles a la importación

de acero (25 %) y aluminio (10 %) con el fin de

proteger la industria norteamericana. La reac-

ción inmediata desde Bruselas consistió en

anunciar posibles represalias a una lista de de-

terminados productos estadounidenses –bour-

bon, arándanos, mantequilla de cacahuete o

motocicletas Harley-Davidson– orientada a

afectar los diversos sectores y estados de EE. UU.

donde el presidente Trump tiene más apoyo

electoral. Trump amenazó entonces de nuevo

con imponer nuevos aranceles sobre los auto-

móviles procedentes de la UE, con el punto de

mira en Alemania. Posteriormente, se abría una

segunda fase de tanteo encabezada por la

Comisaria de Comercio, Cecilia Malmström y el

vicepresidente del Ejecutivo comunitario y

Comisario de Empleo, Jyrki Katainen, dando

paso a una negociación donde el objetivo de

Washington parecía ser rebajar el gravamen a

los automóviles norteamericanos del 10 % ac-

tual al 2,5 %. Paralelamente, la Comisión abría

una investigación para estudiar cómo afectaría

el desvío de comercio a Europa si EE. UU. aplica

aranceles a China o a terceras economías. La tre-

gua alcanzada el 23 marzo de 2018 por la que

Europa y países como México o Canadá queda-

rían exentos temporalmente de esas medidas no

ha conseguido tranquilizar a Bruselas. Incluso si

Europa queda a salvo de las medidas arancela-

rias estadounidenses, y estas se concentran solo

en China, es muy probable que la imposición de

las mismas acabe por distorsionar los flujos co-

merciales y las políticas monetarias, con efectos

colaterales sobre las economías europeas.

El amago de crisis arancelaria coincide con

un momento de malestar europeo por la falta

de reciprocidad con las reglas del comercio y la

inversión por parte de EE. UU. –el

Buy American

,

o las barreras a los servicios europeos en suelo

norteamericano– una queja que se ha plasmado

en las conclusiones de los Consejos Europeos

recientes. El malestar es mayor por cuanto la

evidencia confirma que las quejas norteamerica-

nas son difícilmente justificables en lo que se

refiere a Europa. Según el Informe anual del

Transatlantic Economy, por ejemplo, el beneficio

de las empresas norteamericanas en la UE fue

de 720 billones (americanos) de dólares, por

584 de las empresas europeas. Pero, sobre todo,

el aparente desequilibrio comercial en favor de

los europeos se explica por el intracomercio en-

tre filiales: el 60 % de las importaciones de

EE. UU. procedentes de Europa son producidas

por compañías de EE. UU. De hecho, este entra-

mado de ventas entre filiales de ambos lados

asciende a 5,5 trillones de dólares, beneficiando

a ambas partes.

La amenaza de imposición unilateral de aran-

celes, que contradice las reglas de la Organización

Mundial de Comercio (OMC), es un elemento

central, pero no el único, de la voladura del sis-

tema multilateral de comercio. Por un lado, se

añade al abandono de EE. UU. del Acuerdo

Transpacífico (TPP) a comienzos de 2017, un

acuerdo que sin embargo echaba a andar en

marzo de 2018 por los once países restantes. Por

otro lado, han continuado las amenazas de rom-

per el Tratado de Libre Comercio de América del

Norte con México y Canadá (NAFTA), cuyas ne-

gociaciones se han ido alargando en 2018 debi-

do principalmente a las condiciones inasumibles

en términos de obligaciones de compras y en

materia jurisdiccional para los otros dos socios

por la parte norteamericana.

De esta manera, se ha pasado de, en el man-

dato de Barack Obama, una expectativa de me-

gaacuerdo transatlántico de inversión y comercio