UN SISTEMA EUROPEO COMÚN DE ASILO A LA DERIVA
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primeros y respeto por los segundos que lucha-
ban contra la “amenaza que suponía el comu-
nismo para aquella Europa”.
En los años setenta llegaron nuevos perfiles
que despertaron sentimientos similares: los exi-
liados de la dictadura de Pinochet y los balseros
del sudeste asiático que escapaban de la repre-
sión comunista en Vietnam. La admiración por
los primeros y compasión por los segundos llevó
a Europa también a acogerlos.
Pero es a partir de los años ochenta cuando
las políticas comienzan a cambiar de signo. La
caída del muro de Berlín (1989) representaba
la desaparición de las fronteras internas de
Europa, mientras en paralelo se ponía en mar-
cha una frontera externa invisible mucho más
potente y amenazadora: Schengen (1990).
A partir de entonces, los solicitantes de asilo
se fueron intencionadamente desdibujando
como tales, definidos como inmigrantes ilegales
en todos los discursos políticos. Incluso la ima-
gen de las personas refugiadas comienza a cam-
biar. Se las mira con desconfianza como “posi-
bles farsantes” que utilizan el acceso al asilo
fraudulentamente. En aquellos años la persecu-
ción contra chechenos en Rusia, los tamiles de
Sri Lanka o los nativos de Darfur en Sudán era
más que conocida y estaba presente en todos
los informativos y medios de comunicación,
pero no despertaron reacciones de simpatía, y
muy pocos de ellos consiguieron que Europa les
diese protección internacional.
Incluso en los años 2000 los ciudadanos
de Haití afectados por el terremoto, en el marco de
un contexto de violencia política y violación de dere-
chos humanos o aquellos que provenían de
República Democrática de Congo, víctimas de una
cruenta guerra civil con más de tres millones de
muertos, nunca generaron ninguna empatía.
El mensaje de la desconfianza hacia el otro,
hacia las personas refugiadas, como una gran
amenaza para nuestro bienestar, había calado,
y estaban contaminadas definitivamente por la
sospecha.
Se empezaba a evidenciar el alto porcentaje
de rechazos de solicitantes de asilo en Europa
como tónica general en todos los países, y en vez
de cuestionarse los límites que se estaban impo-
niendo para el acceso a la protección (que reve-
laba el incumplimiento de los tratados interna-
cionales), el enfoque se orientaba a dotar de más
valor al propio asilo como figura jurídica de pro-
tección. Un “privilegio” al que solo podían optar
“los elegidos” que, en realidad, eran muy pocos.
Es decir, el asilo se convierte en un estatus
casi inaccesible, perdiéndose en cierta medida la
condición de derecho para convertirse en un
privilegio.
Y en la actualidad, las llegadas a las puertas de
Europa de miles de personas necesitadas de pro-
tección, huyendo del terror, han vuelto a despertar
nuevos sentimientos hacia las personas refugiadas.
Las consecuencias de la fortificación de
Europa y el declive del asilo
Partiendo del hecho de que estas llegadas no
son otra cosa que la grave consecuencia de las
políticas de blindaje de fronteras que se han im-
puesto desde los años noventa, para supuesta-
mente protegernos de la amenaza externa, ante
el “derecho a tener derechos”
2
, sobrevuela la
alternativa de lo que algunos autores han tacha-
do de “humanitarismo”
3
.
Mientras se ha puesto en evidencia la esquiva
de los países al cumplimiento de los compromisos
2
Ruiz-Giménez Arrieta, I.:
Derechos humanos: género e in-
migración
, 36.º Congreso de Teología, 2017.
3
Fassin, D.: “Les économies morales revisitées”. Annales.
Histoire, Sciences Sociales
, 2009, 64(6), pp. 1237-66.