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¡TODOS A COMER!

Carnes y pescados:

limitar su consumo a unos 50-70 g al día. Favorecer

el consumo de carnes magras. Es aconsejable tomar pescado azul al

menos una o dos veces por semana. El huevo se tomará entero, en

número de uno a tres por semana.

Verduras y hortalizas:

consumo diario. La legumbre puede ser peor

tolerada en niños más pequeños, pero se recomienda su consumo dos

o tres veces por semana. Pueden combinarse cereales y legumbres, ya

que entre los dos aportan una proteína de calidad similar a la láctea o

la de la carne.

Frutas:

consumo diario, al menos una pieza tras las comidas principales.

La introducción de nuevos alimentos debe realizarse con precaución hasta

comprobar que el niño los tolera, evitando la introducción simultánea de varios

de ellos, ya que en caso de intolerancias no podremos saber cuál es el causante.

Aunque la dieta se va diversificando y el niño va comiendo prácticamente lo

mismo que el resto de la familia, hay que tener en cuenta que su capacidad

masticatoria no está totalmente madura, por lo que debe evitarse alimentos de

difícil masticación, favoreciendo el consumo de sopas, purés, carne triturada o

en trozos pequeños, tortillas, etc.

Por último, insistir en que la comida debe ser un momento agradable para el

niño y la familia, evitando las normas de alimentación rígidas que lo único que

conseguirán será favorecer el desarrollo de malos hábitos de alimentación que

pueden resultar después muy difíciles de corregir.

ALIMENTACIÓN DE LOS TRES A LOS SEIS AÑOS

Durante este periodo de tiempo el niño se encuentra en una fase de crecimiento

estable y ha alcanzado ya una madurez digestiva similar a la del adulto. Existen

tres hechos importantes a tener en cuenta en los niños de esta edad. El primero

es la gran variabilidad en el grado de actividad física que el niño realiza, que

condicionará la cantidad de energía que debe recibir con la alimentación. El

segundo es la importancia de los hábitos de imitación del niño en cuanto a

comportamiento alimentario de la familia, fundamentales para la educación de

unos hábitos correctos. Y, por último, el tercer factor es la aparición de influencias

externas a la familia, fundamentalmente en el colegio, donde se combinan la

cada vez mayor autonomía personal con la falta de control y supresión por

parte familiar.

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