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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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Solo el 43% de la población con edades

comprendidas entre los 24 y los 65 años ha

completado el ciclo de enseñanza secundaria,

en claro contraste con la media de los países de

la OCDE, que es del 76%. Incluso en relación

con la enseñanza básica (nueve años de escola-

ridad), solo el 64% de la población completó

ese nivel, por debajo de los demás países de la

OCDE exceptuando México y Turquía.

Es cierto que, en todo caso, de los miembros

de la OCDE, Portugal ha sido, tras Corea del Sur,

el país que más ha crecido en materia educativa.

En efecto, mientras en la franja de edad entre

los 55 y los 64 años solamente el 23% tiene

formación secundaria, este porcentaje salta ya

para el 65% entre los 25 y 34 años. De este

modo, las nuevas generaciones están entrando

en el mercado de trabajo con mucha más cuali-

ficación profesional que las de mayor edad. Esta

tendencia sigue mejorando y va a tener un efec-

to positivo en la productividad.

De hecho, el estudio del perfil de los alumnos

de enseñanza obligatoria, coordinado por quien

subscribe estas líneas, afirmaba: “lo que distin-

gue el desarrollo del atraso es el aprendizaje.

Aprender a conocer, aprender a hacer, aprender

a convivir socialmente y aprender a ser, son esen-

ciales. Esto significa la necesidad de colocar a la

educación durante toda la vida, de forma perma-

nente, en el corazón de la sociedad portuguesa”.

Si en los años noventa del pasado siglo se

dio prioridad a la educación preescolar, hoy el

reto es la enseñanza secundaria. Pero esto no

debe depender de que se continúen o no los

estudios a un nivel superior, sino también para

que faciliten la motivación profesional, la flexi-

bilidad laboral y para que los trabajadores estén

en condiciones de una evaluación y reciclaje

permanente que tenga efectos positivos en el

desarrollo humano.

La necesidad de reforzar la democracia

participativa en el seno de la Unión

Europea

El debate europeo pasa por momentos difíciles

e inciertos. Todavía subsisten muchas de las

consecuencias de la crisis, que solo lentamente

se van superando.

Hay preocupantes señales de una cierta enfer-

medad crónica que amenaza en convertir a la

Unión Europea en una institución irrelevante y sub-

alterna en un mundo de polaridades mucho más

difusas y con muchas incertidumbres y peligros.

Así, desde la creciente influencia de las nue-

vas potencias asiáticas a la incontrolable situa-

ción de Oriente Medio, pasando por la irracio-

nalidad del terror o por la falta de capacidad

para establecer y mejorar el diálogo entre cultu-

ras diferentes.

Se echa en falta una voluntad política europea

compartida que sea capaz de responder a una

ecuación que tiene, al menos, tres incógnitas:

– ¿Cómo dar a los ciudadanos protagonismo y

voz activa, real, en la definición de objetivos

comunes mediante instituciones mediadoras

eficaces?

– ¿Cómo vincular la economía y la política, do-

tando de más capacidad y mayor papel acti-

vo a la Unión Europea en el equilibrio y regu-

lación de la escena internacional?

– ¿Cómo garantizar el desarrollo sostenible

basado en el conocimiento, la formación, en

la cohesión social y la mejor calidad de vida?

No podemos olvidar que, para estas pregun-

tas, esenciales para los ciudadanos, para el desa-

rrollo de sus vidas cotidianas y para sentirse inte-

grados, hace falta encontrar respuestas reales y

coherentes. La calidad de la democracia depen-

de, pues, de la real participación ciudadana, de

mayor cohesión social y de la sostenibilidad.