EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
32
que el idioma se convirtió en la lengua hablada
en todos los continentes, en especial en América
del Sur (Brasil) y África.
El filósofo Eduardo Lourenço ha usado para
Portugal la metáfora de la isla, como si el país
fuese una Ítaca a la que regresan los viajeros,
como Ulises, símbolo de un nomadismo de aven-
tura que podría caracterizar a los portugueses.
En el plano económico y social, Portugal ha
experimentado la confrontación entre las caren-
cias y los anhelos. Fue hacia el Atlántico por la
falta de cereales y de oro, y fue para la emigra-
ción por la falta de sustento. Pero también se
acostumbró a vivir por encima de sus posibilida-
des con el lucrativo comercio de Asia en el siglo
XVI y del oro del Brasil en el siglo XVIII.
Ha existido siempre aquí el dilema entre la
“fijación y el transporte”, como dijo el pensador
António Sergio, entre crear una base europea
sólida y estable, o disfrutar simplemente de los
movimientos mercantiles.
También ha existido una confrontación entre
centralismo y municipalismo (este fomentado y
aliado del poder central), del mesianismo del
Estado y el peso ancestral del individualismo, de
una cierta improvisación, de la precipitación, de
un exceso de imaginación, de las supuestas
“suaves costumbres” y hasta “el miedo mismo
de existir”, según dice el pensador y ensayista
José Gil. No podemos, por ejemplo, olvidar en
este contexto que el referéndum de 1998 que
se convocó para decidir sobre la división del país
en regiones autónomas supuso un rechazo cla-
rísimo a esa fórmula.
Una gran capacidad de adaptación coexiste
con el recurso frecuente al corto plazo y con la
excesiva confianza en la buena suerte y en el
hado o el destino.
De todas maneras, pensando en un contexto
europeo, el Portugal democrático de después
de la Revolución de los Claveles de abril de
1974, al haberse integrado en la Comunidad
Europea, sin renunciar a su ligazón con el mun-
do global, en particular con los países de lengua
portuguesa, ha ocupado en la escena interna-
cional un lugar marcado por la historia. Sobre
todo basado en una vocación de estabilización,
y asumiendo un papel de fomento del diálogo.
Una integración europea positiva
La participación de Portugal y de España en la
construcción europea ha constituido una expe-
riencia con inequívocos aspectos positivos, que
deben ser, sin embargo, ser comprendidos y
profundizados.
Lorenzo Natali, el comisario europeo que
desempeñó un papel decisivo en la ampliación
de las Comunidades europeas, concretado en
1985 y ejecutado en 1986, afirmó en diversas
circunstancias que la adhesión de los países ibé-
ricos supondría el inicio de una nueva fase en la
construcción europea.
De hecho, la historia peninsular, en su pro-
yección en el mundo global en todos los conti-
nentes ha permitido aprovechar todas las po-
tencialidades de una integración abierta –aún lejos
de conseguir o consolidar todas sus virtudes– evi-
tando que el proyecto europeo se llevase a cabo
de una forma cerrada, centrado solo en una
lógica de autocomplacencia.
Si bien es cierto que hemos constatado se-
ñales contradictorias, agravadas por la crisis de
2008, la integración europea abierta conserva
para Portugal su pertinencia y su evidente y ne-
cesaria actualidad. En efecto, las relaciones de
las economías portuguesa y española con las
economías de los países emergentes merecen
una especial atención, que dependerá en el fu-
turo de la capacidad innovadora y de las siner-
gias que puedan crearse entre ellas.