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EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA

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donde la victoria del del Movimento 5 Stelle en

las elecciones de marzo, unido a la de la Lega

(antes Lega Nord) dentro de la coalición de de-

rechas, ofrecen un panorama oscuro, pues am-

bos partidos han hecho reiteradas proclamas

antieuropeas. Nada invita al optimismo en este

ámbito. En Holanda, el Partido por la Libertad

de Geert Wilders fue segundo en las elecciones

de marzo de 2017 con un 13,1 % de los votos.

En Francia Marine Le Pen, del ultraderechista

Front National, disputó en mayo la elección pre-

sidencial a Macron con un 33,9 % de los votos

en segunda vuelta. En Alemania, el partido ex-

tremista Alternative für Deutschland obtuvo en

las elecciones de septiembre un 12, 64 % de los

votos (más de cinco millones) y será la primera

fuerza de oposición en el

Bundestag

. En mu-

chos Estados miembros, partidos populistas y de

extrema derecha ganan en influencia, como el

Partido Popular Danés, que forma parte de la

coalición que apoya al Gobierno enCopenhague,

o ANEL, que gobierna en Grecia en coalición

con Syriza. En general, la mera existencia y el

relativo éxito de este tipo de movimientos polí-

ticos, tiene una influencia perversa en el discur-

so de otros partidos, fundamentalmente –pero

no solo– de derecha o centro derecha, que asu-

men parte de sus postulados para evitar pérdida

de votos, y se observan por todas partes retro-

cesos en la libertad de expresión y mayores con-

troles de la población. La democracia es siempre

frágil, y hay que protegerla cada día. Además, el

éxito de estos movimientos está favoreciendo

una banalización de la xenofobia y el ultranacio-

nalismo que ya no se ven como tan ajenos a la

normalidad política europea y se están convir-

tiendo en aceptables para buena parte de la

población.

El caso de Austria

Un caso claro de la normalización y aceptación

de estos postulados podemos encontrarlo en

Austria. El Partido Popular (ÖVP) ganó las elec-

ciones de octubre de 2017 con un 31,5 % de

los votos, seguido del Partido Socialista (26,9 %)

y del Partido de la Libertad (FPÖ), la extrema

derecha austriaca, que consiguió el 26 %. El jo-

ven líder del ÖVP, Sebastian Kurz, formó gobier-

no en diciembre con el FPÖ, cuyo líder, Heinz-

Christian Strache, ocupa el cargo de vicecanciller

y ministro de funcionarios y deportes. El FPÖ,

descaradamente xenófobo y euroescéptico, di-

rige todos los ministerios relacionados con la

seguridad: Defensa, Interior y Exteriores (excep-

to las relaciones europeas). El punto central del

programa común es frenar la inmigración irre-

gular, un asunto que preocupa mucho a los aus-

triacos por su situación geográfica muy próxima

a la ruta de los Balcanes, y que ha sido bien

aprovechado por el FPÖ.

El éxito del FPÖ ha sido saludado con alboro-

zo por la extrema derecha europea agrupada en

el llamado Movimiento Europeo de las Naciones

y las Libertades: LePen, Wilders, el checo Tomio

Okamura, entre otros. En cambio, la reacción de

Jean-Claude Juncker y Ángela Merkel ha sido

tibia: ambos han declarado que juzgarán al

Gobierno austriaco “por sus hechos”. Si compa-

ramos esta reacción con la que se produjo en el

año 2000, la primera vez que el FPÖ entró en el

Gobierno austriaco, cuando 14 países europeos

adoptaron duras sanciones diplomáticas contra

Viena, nos daremos cuenta de cómo ha evolu-

cionado la percepción europea en relación con

este tipo de partidos.

El nuevo Gobierno de Viena ha propuesto

conceder pasaporte austriaco a los habitantes

de habla alemana del Alto Adigio (Tirol del Sur),

provincia que Austria perdió a favor de Italia,