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LOS ESTADOS Y LOS VALORES DE LA UE. EL RETO NACIONALISTA

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PiS en Polonia y de otros similares en la región.

Al frente del Fidesz, partido ultranacionalista y

antieuropeo que ganó las elecciones en abril

con un 49 % de los votos y más de dos tercios

de los escaños, y basándose en la Constitución

de 2011, confesional, homófoba y antiliberal,

Orban ha puesto en pie un régimen autoritario

que limita la libertad de expresión, controla los

medios, la justicia, la educación y las institucio-

nes de la sociedad civil, basado en la corrupción

de una oligarquía afín, que impide en la práctica

cualquier posibilidad de alternancia en el poder.

Orban pretende además dar derechos de doble

nacionalidad y voto a los tres millones de hún-

garos que quedaron fuera de las fronteras dise-

ñadas por el Tratado de Trianón en 1920, y que

se encuentran ahora en los países vecinos, prin-

cipalmente en Rumania y Eslovaquia, con la

consiguiente desestabilización de estos países

que son también miembros de la UE.

La situación no es mucho mejor en los otros

dos países del V4. En la República Checa fue

reelegido presidente, en enero, Milos Zeman un

ultranacionalista, procedente de la izquierda,

que ha calificado al islam como “enemigo de la

civilización”. El multimillonario Andrej Babis en-

cabeza el Gobierno, al frente de la populista

Alianza de Ciudadanos Descontentos (ANO),

intentando emular a Orban, tal vez empujado

por el ascenso del aun más ultraderechista

Libertad y Democracia Directa del checo-japo-

nés Tomio Okamura, que tuvo en las elecciones

de octubre de 2017 un 10,6 % de los votos. En

Eslovaquia, el populista de origen izquierdista

Robert Fico, que puso en marcha el fichaje poli-

cial de los 400.000 gitanos del país y ha gober-

nado en coalición con partidos nacionalistas, ha

tenido que dimitir por el oscuro asesinato del

periodista Jan Kuciak que investigaba las rela-

ciones de su Gobierno y personas de su confian-

za con la mafia calabresa.

La UE no puede permitirse tener en su seno

regímenes como estos, que vulneran todos los

principios y valores en los que se basa la cons-

trucción europea y constituyen un foco de ines-

tabilidad y conflicto permanente, que llega a

veces a la violencia contra minorías étnicas.

Lamentablemente, como hemos visto, los ins-

trumentos de los que dispone la UE para frenar

esta tendencia, fundamentalmente el artículo 7

del TUE, son escasos y poco efectivos, sobre todo

por el requisito de la unanimidad. Existen además

intereses contradictorios. Según el

Frankfurter

Allgemeine Zeitung

, en 2016 el comercio de

Alemania con el V4 alcanzó un volumen combi-

nado de 256.000 millones de euros, frente a

170.000 con China y 167.000 con Francia. No

hay por ello en Berlín ningún interés en desesta-

bilizar estos países, que además aportan mano

de obra relativamente barata y cualificada y cuyo

espacio económico es vital para Alemania.

No obstante, hay otra posibilidad de presión,

tal vez mucho más efectiva que la que promue-

ve el artículo 7, y es la relativa al acceso a los

fondos comunitarios. En febrero tuvieron lugar

los primeros debates sobre el marco financiero

plurianual 2020-2027, que vendrá marcado por

el recorte de entre 12.000 y 13.000 millones

anuales que supondrá la salida del Reino Unido.

Por primera vez se ha empezado a hablar de

planes para condicionar el cobro de ayudas al

respeto, en primer lugar, de las recetas econó-

micas, pero también al cumplimiento de crite-

rios políticos como puede ser la aceptación de

las obligaciones relativas a la acogida de cuotas

de refugiados, o incluso la reversión de leyes o

medidas que chocan con los valores europeos o

son contrarias al Estado de derecho. Esta vía ha

sido planteada públicamente por Merkel y

Macron, aunque tampoco será fácil de poner en

práctica. Desde luego su impacto sería muy im-

portante, y probablemente eficaz, en países