EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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ejercía por mitades de periodo (dos años y me-
dio) por cada una de las dos grandes formacio-
nes políticas, popular y socialista.
En la configuración del Parlamento Europeo
observamos que en los seis primeros grupos
parlamentarios no están ninguno de los parti-
dos antieuropeos que o bien han configurado
un grupo político muy débil y prácticamente in-
significante, o bien simplemente han terminado
en los No Inscritos. Es decir, apenas influyen en
el proceso europeo de toma de decisiones polí-
ticas y el Parlamento les sirve solo como altavoz
de su existencia.
Ello permite afirmar que es muy poco lo que
le falta al Parlamento Europeo para poder fun-
cionar con la lógica clásica de los legislativos
nacionales de los Estados miembros (gobierno-
oposición), aunque posiblemente contará con
más poder que estos. Carece, eso sí, del poder
de iniciativa legislativa, insuficiencia que duran-
te esta legislatura podría paliarse a través de los
acuerdos interinstitucionales. Además, también
habría que completar su poder presupuestario e
incluir algunos ámbitos materiales que no toda-
vía no están contemplados en la colegislación.
El Parlamento Europeo se está configurando
como el legislativo más importante en el nivel
mundial, con relevancia central no solo en la po-
lítica interna europea, sino en el desarrollo de la
política global, como voz que expresa la volun-
tad de la ciudadanía europea en el mundo y en
un sentido muy diferente al de los otras cámaras
de la sociedad internacional.
Además de profundizar mediante su compe-
tencia legislativa en los avances federales ya rea-
lizados, el Parlamento Europeo debería propo-
ner una alternativa completa para culminar el
sistema político europeo con un nuevo marco
constitucional, así como la estrategia para lo-
grarla durante la VIII Legislatura, como lo hizo
en la I, que dio lugar al Proyecto de Tratado de
1984, y al forzar y dirigir la II Convención
Europea (2002-2003), que elaboró la primera
Constitución de la Unión.
La Comisión Europea, cada vez más un
gobierno democrático europeo
Dado que el mandato de la actual Comisión
Europea proviene, por primera vez y en gran
medida, del resultado de las elecciones, su legi-
timidad democrática y su peso político interins-
titucional han aumentado. A partir de ahí, me-
diante la necesaria voluntad política, el Ejecutivo
comunitario puede cambiar el sentido de las
políticas europeas, alterando el carácter estricto
de la austeridad y desarrollando una política de
gasto público que fomente el crecimiento y el em-
pleo. Es la única manera de que los ciudadanos
europeos se sientan realmente implicados en la
construcción europea.
Si gracias a este aumento de legitimidad, en
efecto, la Comisión se asemeja cada vez más a
un gobierno democrático, aún arrastra un cierto
déficit. Así, ha habido que incorporar, por man-
dato de los tratados (interpretados en esa mo-
dalidad por los Estados miembros), comisarios
propuestos por los gobiernos nacionales. Con
ello, la balanza de la doble legitimidad de la
Unión (ciudadanos y Estados) sigue, en la prác-
tica, a la hora de establecer quién ejercerá el
poder ejecutivo durante cinco años, desequili-
brada a favor de los intereses de los Estados. En
compensación, la acción política de la Comisión
estará condicionada cada vez más por la mayo-
ría del Parlamento Europeo que la ha investido
y tendrá que ser consecuente con el Programa
respaldado democráticamente por la Cámara.
Si bien, en efecto, esta nueva Comisión es
más legítima que todas las precedentes, su efi-
cacia, sin embargo, depende de su estructura,