EL ESTADO DE LA UNIÓN EUROPEA
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La llegada del presidente Macron y la forma-
ción finalmente de un gobierno de coalición
entre conservadores y socialdemócratas en
Alemania suponen una nueva ventana de opor-
tunidad para una discusión seria sobre los fun-
damentos de cualquier reforma de la UEM y su
interacción con las instituciones comunitarias.
Es probable que el eje París-Berlín sea crucial
para diseñar el camino hacia la culminación de
la UEM, aunque todavía existen diferencias sus-
tanciales entre las propuestas a uno y otro lado
del Rin.
La necesidad de la reforma del euro
Que la arquitectura de la UEM era incompleta es
bien conocida desde su inicio. Se suponía que el
euro acercaría las economías de la UE y lo hizo
durante varios años, hasta que la crisis golpeó y
mostró su debilidad. Desde el comienzo de la
crisis, se aprobaron e implementaron una serie
de reformas e iniciativas que mejoraron la resi-
liencia de la UEM y ampliaron su caja de herra-
mientas para hacer frente a futuras crisis. Pero
estas reformas y medidas no han sido fruto de
una visión global, sino más bien de las circuns-
tancias y las urgencias del momento, lo que ha
resultado en una arquitectura confusa, que
mantiene vulnerabilidades y adolece de falta de
legitimidad democrática.
Hay pocas dudas de que el diseño actual de
la UEM no es el de un área monetaria óptima.
Existe abundante literatura sobre la arquitectura
imperfecta de la zona euro, que, de hecho, pre-
senta algunos problemas estructurales relevan-
tes, tales como:
– Sesgo deflacionario sistémico que resulta en
un bajo crecimiento, lo que genera bajas ta-
sas de empleo.
– Insuficiencia permanente de inversión, que
es particularmente alarmante en un contex-
to en el que las economías de la zona euro
deben equiparse para la transición digital y
energética y cambiar a un modelo económi-
co sostenible, bajo en carbono.
– Desequilibrios macroeconómicos internos
sistémicos, así como en los mercados labora-
les, que conducen a crecientes desigualda-
des y divergencias entre los países, contribu-
yendo de facto a la desestabilización de la
unidad sociopolítica del proyecto de la UEM.
– Sistemas bancarios y financieros vulnerables,
que todavía presentan riesgos sistémicos
que no se ha abordado.
– Déficit democrático, debido al recurso a un
entorno intergubernamental que, con una
transparencia limitada y una rendición de
cuentas débil, alimenta la narrativa populista
de los partidos políticos euroescépticos.
Estas debilidades, que existían desde el lan-
zamiento del euro, se vieron magnificados por
la recesión económica y, a pesar de las reformas
emprendidas para gestionar la crisis, aún per-
manecen. Así, ningún paquete de reformas
puede tener éxito, a menos que esté diseñado
para responder a las mismas.
En este sentido, el objetivo último de la UEM
no puede ser simplemente el de estabilizar los
mercados financieros e introducir más disciplina
de mercado para controlar el gasto público. No
hay que olvidar que fueron fundamentalmente
fallos de mercado los que provocaron inicial-
mente la crisis económica y financiera mundial,
no el mal gobierno. Es por ello por lo que pare-
ce claro que la estabilidad de largo plazo de la
zona euro requiere un mejor equilibrio entre sus
resultados económicos y sociales. Esto también
significa consolidar la dimensión social para ase-
gurar que el pleno empleo y la corrección de los
desequilibrios de cohesión y laborales sigan